Las Tunas.- La Sugar Company trajo a Manatí un emporio de recursos que todavía perduran dentro de los caserones de madera de pino y techo de zinc. Al calor de años idos, de generaciones que ya no están y de una cultura tan rica como tangible, el proyecto comunitario Del Caribe Soy escribe en tierra de Barbarito Diez que está prohibido ignorar las tradiciones.
El diálogo con Julia Griffith Benet, promotora cultural y manatiense hasta los huesos, por más que la herencia jamaiquina también le puje en la sangre, es una suerte de remembranza de lo que fue el pueblecito azucarero el siglo pasado. También es un faro de tradiciones, una esencia que se transmite a los niños y se vela con cariño.
Tuto, como la conocen sus amigos, nos lleva hasta allí. "Este proyecto nació de la historia de Manatí. Tiene raíces anglocaribeñas y francocaribeñas. Para que perdure logramos unir a niños, jóvenes, adultos y, para suerte nuestra, también ancianos.
"Cada encuentro es un recordatorio de dónde venimos. Por tanto, enseñamos los peinados típidos de las mujeres y hombres negros con orgullo, las comidas, los bailes, celebramos con la comunidad y siempre impera un orgullo por la racialidad, por las herencias que nos trajeron a Cuba y fundaron un hogar multirracial.
"Imaginen, yo nací en el barrio Jamaica; un día se nos quemó, pero las raíces quedaron vivas y se transmiten de generación en generación. En este mismo lugar, ahora con el nombre de calle Orlando Canales, hacemos una marcha que termina en la Iglesia episcopal, el templo en el cual nuestros ancestros hacían sus rezos.
"Manatí era un ajiaco. Tenía una población muy heterogénea de emigrados de Granada, San Vicente, Barbados, Trinidad y Tobago, Jamaica... Cada persona vino con sus costumbres, con la riqueza de su identidad y se depositaron en un solo lugar.
"Mi mamá me contaba mucho de esos primeros tiempos en los que se jugaba críquet, se bailaba en las noches en el club Jamaica y se presentaban orquestas muy importantes como La Aragón, que cantó El agua de Clavelito más de dos veces por las peticiones del auditorio.
"Vinieron a trabajar al central también como carpinteros, cocineros..., y las mujeres hacían de todo un poco. Ahora a los niños les enseñamos esa herencia: manualidades, bailes, cantos, el idioma inglés...".
Conversar con la promotora es un viaje entre pasado y presente. Apuesta por lograr una pequeña sede en la que logre aglutinar el trabajo con las nuevas generaciones alejados del peligro de las calles, donde hoy transmiten sus saberes.
Junto a Tuto, otras personas, movidas por su deuda con la cultura, también velan esta impronta sin ánimo de ganancias materiales. Una fiesta allí es un emporio de alegría con colores vivos e idiomas múltiples; es un convite de platos suculentos y olores lejanos. También una deuda y una promesa con nuestras mejores tradiciones.