Las Tunas.- Javi fue desafiante con la maestra el primer día de clases. Le torció los ojos y cuando ella intentó tocarlo, lanzó una ensarta de manotazos cortos que se perdieron en el aire, pero hicieron enmudecer las canas de la señora, con más de 30 años frente a la pizarra. Su mamá fue a recogerlo rayando las 3:00 pm, por más que le dijeron que aún no estaba listo para asumir la jornada completa.
Al otro día lo dejó llorando en la entrada, sin querer cruzar la puerta. Lo recompensó con una cazuela llena de caramelos, galletas y chupachupas para las meriendas.
Amanda lleva varios días sin ir a la escuela. Ha pasado un catarro interminable en la acera del frente de su casa. La abuela ha criado a sus hijos así, “fuertes, con muchos anticuerpos”, y ella sigue la tradición de andar descalza, en la casa de cualquier vecino. Con la nueva saga de apagones su familia decretó que ahora sí no usa uniformes hasta que haya combustible, “total, ya los estudios no sirven para nada”.
David reacciona a lo tremendo cuando sus compañeritos se burlan de él. Hace un par de días le asestó un puñetazo en la cara al niño del puesto contiguo. Estaban jugando a las cartas y el otro se acercó y le gritó en el oído, él no pudo contenerse…, lo intenta, pero no sabe cómo lidiar con la ira.
Ian está en quinto grado y llora desconsolado cuando algo no sale como él quiere, lo mismo si comete un pequeño error en una evaluación sistemática que si pierde en un juego. Maneja tan mal el fracaso que intenta corregir a toda costa sus errores por más que sepa que es imposible. Al principio este comportamiento solo lo tenía en casa y sus padres asumían que estaba demasiado consentido, ahora es más grande y ha llevado los llantos al colegio.
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Septiembre se ha abierto paso con la fuerza arrasadora de quien ha cambiado por completo las rutinas de todos los hogares donde un niño convive. Un reto igual de desmedido ha iniciado también para los docentes que lidian, a diario, con tantas individualidades y matices.
El nuevo curso académico llega marcado por tensiones económicas considerables, escasez de alimentos, precios excesivos, apagones que dificultan el descanso, los almuerzos a tiempo…, la tranquilidad. Pocas veces ha sido tan complejo garantizar una merienda adecuada para llenar las loncheras cada día. Aun así, el mayor de los retos sigue siendo educar a los más pequeños, por muy duros que se tornen los tiempos.
He escuchado en más de una ocasión, a modo de restar importancia, que esta es una generación de cristal, “por todo hay que ir a la escuela a dar cuentas, es normal que los niños se peleen, lloren, se enfermen…”. Y todo eso es cierto, pero cuidado cuando tu hijo tiene un patrón de conductas que no son saludables para él ni para los que lo rodean.
Hace tiempo que se ha definido que el maltrato infantil va más allá de golpear a un pequeño, obedece también a todas las cuestiones materiales y espirituales que les toca garantizar a los padres y no lo hacen. Seamos claros, muchos consideramos que poner alimentos en la mesa, comprar mochilas, zapatos y meriendas es todo lo que requieren nuestros hijos. “Más de lo que nos dieron a nosotros”.
El adulto del futuro está hoy sentado en el aula y tiene los ojos muy abiertos para imitar a sus padres. Según las circunstancias aprenderá a tener la autoestima muy baja, se llenará de complejos, será agresivo, sádico, mentiroso, culpará a los otros de sus errores o se convertirá en un ser humano equilibrado. En ambos casos, la responsabilidad solo será del ejemplo que reciba.
Alerta para los padres que nos movemos en los tonos grises y asumimos que no tenemos de qué preocuparnos. “Mi hijo sí no pega, no dice malas palabras, es inteligente”, pero en el aula tiene crisis de ansiedad, de histeria, se cuestiona por qué vino al mundo… Todos los niños son diferentes y tienen demandas o traumas diversos. No se engañe, no se les pasa solo, necesitan ayuda.
A veces los maestros se percatan de cuestiones que la ceguera de los padres nos impide ver, qué bueno que esto suceda. El binomio escuela hogar es imprescindible para la formación de los niños, que insisto es mucho más grande que aprender los productos o el núcleo del sujeto. Que nunca falte la llamada de atención, la reunión de madres y papás o la sospecha. Todas las conductas se pueden corregir.
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Javi, Amanda, David e Ian son como nuestros hijos, o sus compañeros de aula. Cargan sobre las espaldas pequeñas el peso de nuestros errores, falta o exceso de atención, responsabilidades de menos, pero también de más. Nos invito a aprovechar el próximo apagón para desvelarnos y pensar en cómo hacerlo mejor; yo creo que podemos.