Las Tunas.- Dice un poeta que uno no debe volver al lugar donde ha sido feliz; ya sabemos, entonces, qué hacer con los buenos momentos, cómo salvarlos de todo mal, al no ponerlos en riesgo de alguna desilusión. Pero…, qué camino tomamos con los malos; cómo aliviarse, dejarlos ir, pensarlos tal cual son en su mayoría: "cosas del pasado", aunque como piedras se nos develen en el presente.
En esas altas misiones andamos los tuneros por estos días, pues sí, no podemos decirlo de otra manera: el 2024, para Cuba, no ha sido un buen año. Entre carencias de todo tipo, salarios obreros menguados, la canasta básica cada vez más básica, los precios jugueteando con las nubes, bloqueos externos que persiguen hasta la ruta de los barcos de petróleo, bloqueos internos que nos vuelven ineficientes e insensibles, una emigración cabalgante, colapsos energéticos, huracanes, sismos…
Y el inventario da para más; sin embargo, las ilusiones nos deben rescatar de semejante ejercicio, para caer en cuenta que siempre supimos qué hacer con los malos momentos, pues es justo eso: reverdecer la capacidad de soñar, desquitarnos de tanto tropiezo confiando en que vendrá la buenaventura, los vientos suaves y las oportunidades de estrenar optimismo. Ninguna ventisca debería robarnos tamaña maravilla. Pero…, allá vamos otra vez…, ¿cómo se hace eso?
Cada cual tendrá su respuesta, la de este Periódico no viene de llamados de sobrevida ni de pedidos de imposibles; se escribe y esculpe con la entereza luminosa que, en 365 días de laboreo periodístico, tantos tuneros nos transmitieron, y que, de tan real, casi la tocamos.
Se construye, no sin esfuerzo, claro, con el ingenio de aquel innovador que salvó la zafra, la abogada que todos quieren para su caso por su limpieza y gallardía, el maestro que no encuentra cómo despedirse de sus alumnos después de cinco décadas tiza en mano, la directora de escuela que han terminado llamándola mami, así, como si de una abuela se tratara…
Palpita y expresa su certeza con el guajiro que no descansa hasta que la leche de sus vacas llega a los niños del barrio, o la presidenta de cooperativa que defiende a sus asociados con uñas y dientes, y no acepta más los impagos a su gente. Nos mira, primorosa, con aquel doctor que, sin obviar la escasez material que le rodea, no se rinde en salvar a quienes "casi ya estaban en las manos del Señor".
Nos expresa su altura posible con el topógrafo que conoce de la tierra y de la urgencia de preparar el relevo, o la cocinera del hospital que sabe ponerle a la comida el sabor del ajo y de su entrega, o el dueño de negocio que llegó un día a cierto laboratorio clínico y decidió reunir fuerzas entre sus colegas de mipymes para que aquel lugar, tan necesario, no corriera el riesgo de recibir a más nadie con el cartel más doloroso que alguien pudiera imaginar: "Cerrado hasta nuevo aviso".
A todos ellos y más los conocimos; y cada uno, desde sus luchas, persistencias, su incapacidad de inmovilismo o de no aceptar lo mal hecho, nos obsequiaron la esperanza de que podemos hacerlo mejor como sociedad, de que entre nosotros mismos resplandecen las virtudes que vuelven posible cualquier mañana más dichoso.
Obviamente, hará falta mantener a raya a los insensibles, los corruptos, los vagos, los violentos, los sátrapas, los incapaces…, esa plaga que vuelve todo estéril, que contamina y corta el aliento. Para enfrentarlos estamos los decentes, los creativos, los laboriosos, los madrugadores de sueños, los enamorados, los poetas, los incansables…
Y si no se convence, estimado lector, o le cuesta encontrar su respuesta, no se inquiete, solo piense en su reino, su familia, y en cuánto le ha dado de sí en el almanaque en fuga y de cómo quiere hacerlo en el que está por inaugurar sus horas. Esa pequeña promesa individual, simple, íntima, multiplicada por miles, nos habla de un país que puede salvarse.
Que nos vaya bonito en el 2025, lo merecemos cada uno de nosotros y esa madre querida llamada Cuba.
Un abrazo, periódico 26