Las Tunas.- Literalmente, me asustan. No sé si mi miedo es mayor por esos niños y jóvenes que suelen salir a jugar fútbol y bañarse en el aguacero, o por las grietas luminosas, erizantes, que parten el cielo en pedazos ante mis ojos. Simplemente, llueve, truena y relampaguea demasiado fuerte para mi gusto, aunque al parecer soy la única cobarde de esta historia. Los alegres “bañistas” corren, patean y gritan eufóricos.
También, literalmente, no olvido las noticias de estos últimos meses relacionadas con la muerte de varios cubanos, en diversos territorios del país, fulminados por los rayos. Son sucesos que conmueven y, al final, entre anécdotas y lamentos, una concluye que son evitables y competen más a la responsabilidad propia que a la naturaleza.
Aunque no creo que sea un tema de los más reiterados, tampoco falta información sobre la nefasta consecuencia de las tormentas eléctricas, un fenómeno que por estos meses acompaña de manera violenta la mayoría de los aguaceros y en lo que va de año enluta a muchas familias, algunas de este territorio. Basta saber que en el mundo caen diariamente unos ocho millones de rayos y el municipio de Las Tunas ocupa el primer lugar del país con más muertes ocurridas por estos eventos, según estudios realizados en recientes décadas.
Si bien las cifras ilustran la triste magnitud de los hechos y destapan alertas por sí mismas al saber, por ejemplo, que en la nación significan la causa número uno de los decesos provocados por eventos naturales en la población, las flechas de prevención apuntan al individuo como mayor responsable de ser o no fulgurado por un rayo. Y la percepción de riesgo vuelve a destacar como la parte blanda de las consecuencias de desoír las advertencias de especialistas y científicos.
En un amplio artículo del prestigioso meteorólogo cubano doctor José Rubiera, publicado en https://www.excelenciascuba.com/generales/te-lo-conto-rubiera/, él puntualiza contundentemente que “hay que cuidarse mucho de los rayos”. Cito sus palabras: “Las muertes por rayos representan un verdadero problema a nivel mundial, y Cuba no es la excepción. Para que puedan aquilatar la magnitud del problema, me gustaría que consideraran el hecho de que en Cuba casi no hay muertes por ciclones tropicales. Sin embargo, y por desgracia, se producen unas 65 muertes anuales por rayos o descargas eléctricas, como promedio; algo que, con algunas simples medidas de prevención, muy bien pudiera evitarse”.
Estamos justo en la estación más mortal del año, el verano, con los peligrosos meses de julio y agosto, cuando el elevado calentamiento del aire, al ponerse en contacto con la tierra, condiciona una mayor frecuencia de estos eventos, los cuales reportan incidencia superior en el oriente del país, desde Camagüey hasta Guantánamo.
Las precauciones ante la proximidad de una tormenta y cumplir con las medidas de protección son las únicas armas que nos salvan de los rayos. Los especialistas aconsejan seguir la llamada Regla 30-30, consistente en buscar refugio en un lugar seguro si se cuentan menos de 30 segundos desde la luz del relámpago hasta que se escucha el trueno. Al tiempo, establece que es seguro salir de ese sitio únicamente cuando hayan pasado 30 minutos después del último trueno.
Salir inmediatamente del río, el mar y las piscinas ante la evidencia de un aguacero cercano es la acción irreversible para conservar la vida y evitar ser alcanzado por las mortales energías de los relámpagos. Y jamás resguardarse debajo de los árboles, montar a caballo o hablar por teléfono. Si está en campo abierto debe ponerse en cuclillas, con la cabeza sobre las rodillas y los oídos tapados.
Aquí no vale el romántico deseo de caminar bajo la lluvia. La ropa mojada suele crear una turbulencia en el aire que puede atraer el rayo, aseguran los expertos. En fin, que divertirse con esas imponentes nubes negras arriba de nosotros puede trastocarlo todo en el simple y breve espacio de un segundo. Cuide a la familia, cuídese. No se confíe ni minimice el potencial peligro que ronda su cabeza.
Verano por la vida puede ser un eslogan excitante, motivador. Hágalo suyo, sí, pero desde la cordura y la responsabilidad propia y colectiva. Estas verdades sobre el fenómeno “rayo, relámpago, trueno” no pretenden remover sus miedos. Buscan que después de la tormenta reina la paz y la alegría. Miedo tengo yo por esos chicos que patean el balón entre las centellas que rompen en pedazos el cielo de las tardes, así no más, como si a los padres o a ellos alguien les hubiera entregado el rarísimo don de ser “chicos pararrayos”.