Chama fumeta Crédito Imagen generada por inteligencia artificial

No es esta una historia de abrazos y final feliz. Es la voz de un muchacho que le está plantando ahora mismo cara a ese flagelo voraz que es el consumo de drogas. Desde 26 le deseamos fuerza para que cada amanecer sea una decisión de nunca más; y le agradecemos que compartiera su verdad con nosotros

Las Tunas.- Se enamoró de una pastillerita cuando tenía 13 años de edad. Ella era apenas un año mayor que él, y todo un caramelo. "Si el problema para colarse ahí era que le gustaba la carbamazepina, pues había que meterle a la pastilla esa, sin pensarlo demasiado". Y así lo hizo.

De ahí al tramadol (esa especie de wiski caro que da mucha "felicidad") y a la marihuana después, no fue muy largo el trecho; y juntos, mientras la familia creía que andaban tejiendo un noble amor adolescente, se drogaban antes de ir a la Secundaria y comenzaron a vivir episodios cada vez más convulsos.

Entre los primeros estuvo aquel, cuando, a los 14 años, le dio por ligar las pastillas y acabó con un paro cardiorrespiratorio que por poquito lo mata; algo que repitió, por cierto, ya andando los 16, con los mismos sustos alrededor y logrando que nadie sospechara la causa real de aquellos desatinos.

Después le dio una embolia (cree recordar que no pasaba los 18 años) y acabó con la mitad del cuerpo paralizado, sospecha de esquizofrenia y un miedo terrible a que descubrieran el motivo verdadero del suceso y le tocara explicar entonces de dónde sacaba las tabletas, cuáles eran los puntos de reventa. "Eso es un rollo, pero de los rollos grandes. Así que mejor calladito".

Habla con soltura, asegura que es un experto en el arte de disimular y que, si se lo propone, es capaz de "darle" al quimiquito delante de nosotros sin que nos percatemos. Sin embargo, ya no quiere, "porque lo otro (pastillas y marihuana) lo dejé por mi voluntad, pero el químico, a ese debo soltarlo por las torcederas que da, tengo mucho miedo y también porque ya los 'churrocitos' de la calle me dicen 'churrocito' a mí. ¿Qué cosa es eso?".

Entrelaza las manos constantemente, se las pasa mucho por la cara, como si tratara de no adormecerse, y el deterioro físico es evidente, especialmente en sus dientes, desgastados.

Dice que la droga te mata el amor, la conciencia, que no te importa que en la casa no se puedan dejar mil pesos en ningún lugar, pues "el niño se los roba"; que el escaparate de la abuela esté todo el tiempo con candado y que los 12 pares de zapatos y la ropa Louis Vuitton que la familia le manda "de afuera" hayan sido suplidos unas 14 veces porque cuando el deseo llega, todo lo vende, lo cambia, lo roba, lo necesita… Nada es más fuerte que el llamado del adicto que eres, sus efectos, su ardor.

Fue un ambia del barrio el que le comentó un día. "Socio, si a ti te gustan las pastillas y eso, seguro le descargas a la talla esta", y le dio a probar el químico, la droga que está de moda ahora en las calles, genera adicción desde la primera probadita y se puede comprar muy fácil por estos días.

Nos cuenta que vale de 150.00 a 300.00 pesos cada "papelito" y que los "jíbaros" (nombre que reciben quienes se dedican a su comercialización) se encuentran en todas partes; lo afirma porque los conoce. Salió ese día de la conversación con el socito a buscar uno, a comprar, aprender de rutas y escondrijos: "Fanático al químico, desde la primera 'patá'".

Y a partir de ahí, con esa certeza cazando su yugular, el camino fue cuesta abajo a una velocidad de espanto; nada, pero nada de lo que había vivido hasta ese momento, se compara con lo que estaba llegando a su tórrida existencia.

"Una noche andaba con dos socios metiéndome un 'chivaprieta' de esos y se desató la locura. Uno de ellos se tiró al piso y mordió a su propio perro, se fajó con él. Imagínense eso, el perro lo agarró por un lado y él al animal por el otro.

"Mientras, el socio que nos acompañaba comenzó a caminar para atrás, le dio por eso, como Michael Jackson, y anduvo 14 cuadras así, en reversa. Dicen que yo me quedé sentado, tranquilito; pero de eso sí tengo lagunas, no me acuerdo.

"Lo próximo que me viene a la mente es estar ya frente a un médico. Él me preguntaba que cómo se llamaba mi mamá, si me sabía el nombre de mi mujer; y yo los tenía en la punta de la lengua, pero no podía pronunciarlos.

"Otra noche le di un papelito a un borracho. Estaba en la calle sentado cerca de mí y se lo ofrecí. El efecto le duró como siete minutos y se le quitó la borrachera, pero completa, como si nunca hubiera tomado nada". 

Su aluvión de experiencias nos lleva del estupor a la tristeza, la rabia, los porqués. ¿Cómo se sale de algo así, tan fuerte? ¿Existe realmente una manera?

"Mi mamá comenzó a sospechar cuando las cosas ya se perdían de la casa; acabé con todo lo que pude para poder consumir y consumir. Yo me metía entre 57 y 58 diarios y cada uno a 150.00 pesos, por poner un precio bajo. Hagan números de cuánto dinero gastaba en el día. En la calle no robé, no fue necesario, pero en el 'gao' y con la familia me metí en un montón de moñas, de todo tipo.

"Un día la vieja me agarró de la mano y me trajo hasta acá (se refiere al hospital donde conversamos ahora). Ella no pudo más. Estuve aquí y volví para la casa con tratamiento. Teníamos un acuerdo y me quedaba en el cuarto, no podía salir; pero, por la ventana, los socios me resolvían para meterle a un 'químiquito' al día, uno nada más. Yo les daba la ropa o lo que encontrara ahí dentro y ellos me lo subían con un hilito".  

Después volvió a las andadas, al susto, los ataques de arrepentimiento que le duraban una hora en medio de alguna madrugada lúgubre; y otra vez anduvo con chancletas prestadas, pulóveres llenos de huequitos y cada día con menos amigos, porque ya hasta algunos consumidores lo rechazaban: "Eres demasiado desastre, socio", le decían a él, que había sido siempre un tipo "vitilloso". 

"El día de mi cumpleaños vine para el frente del Hospital Psiquiátrico a las 4:30 am. Sabía que no daba más y le tengo miedo, pero mucho miedo a las torcederas que deja el químico. Vi a mucha gente joven, casi muchachitos, con parte del cuerpo torcido porque el papelito los pone así, y eso no se recupera.

"Ahí parado, solito, le hice la despedida al quimiquito. Me metí 14 seguidos y dije: ¡arriba, estoy listo! Entonces entré".

Le tiene pavor a las inyecciones, pero aguanta las de los medicamentos que le controlan la ansiedad y lo ayudan a eliminar la apretazón en el cuerpo que ya estaba sintiendo. Dice que saldrá de eso y que nunca, pero nunca más, pasará siquiera cerca del "México" o el "Marabú", ya tiene una "pinchita" vista para cuando salga y, aclara, "no es por necesidad, pero es que debo mantener la cabeza ocupada; sentado el día entero, sin nada que hacer, caigo otra vez al seguro".  

Sabe que "está enredado", los médicos se lo explican todo el tiempo; que su capacidad intelectual ya no es la misma porque ese bicho te come la inteligencia, los sentimientos, el futuro…

"Mira, cuando me den ganas de consumir yo voy a correr para la consultica, me le sentaré delante al doctor y le diré que haga algo conmigo, que estoy loco por meterme un químico; lo voy a hacer así, a la hora que sea".  

Sabe que de eso no se sale nunca del todo. Si ya eres adicto, lo serás la vida entera, es una enfermedad como el alcoholismo, por eso asegura que la mejor frase que se ha inventado en el mundo es esa que dice: "Mejor no empezar".

"Se la he dicho como a 300 personas ya, y seguiré; si te brindan, di que no, pero búscate un problema con el que te la brinde, porque ese lo que quiere es joderte, pero joderte de verdad.

"Le digo al doctor que él tiene trabajo seguro por mucho tiempo, porque la cantidad de muchachitos jóvenes que le están 'dando' al químico en Las Tunas es altísima. Lo mismo niñas que niños, de Secundaria Básica, por ahí comienzan, que los he visto yo, nadie me lo ha contado. Hacen lo que sea por un papelito, hasta un muchachito de 12 años vi en uno de esos lugares que no les puedo contar; pero dan lo que tengan, no se controlan".

Esa frase nos estruja: "dan lo que tengan"; y entonces piensas en los robos esos que en los barrios les decimos "de rateritos", en las virginidades perdidas sin posesión, en los negocitos violentos por unos pesos… en tantas cosas.

Se ríe y nos asegura que podemos publicar esta historia. "Total, ¿cuándo tú has visto a un delincuente leyendo un periódico? La gente de mi ambiente no se va a enterar de esto, aunque lo tengan delante. Y es bueno que mi cuento sirva, por lo menos, para enseñar lo que no se puede hacer; como ejemplo, malo, pero ejemplo al fin". 

En el momento de la entrevista llevaba alrededor de 15 días sin consumir drogas y se sentía fuerte, pero estaba convencido de que lo peor no había llegado todavía, porque el camino de la deshabituación es como el de una montaña rusa y nunca sabes en qué minuto volverá la corriente de adrenalina a revolverte el cuerpo, burlarse de tus límites y exigirte, como una maldición augusta, lo que has decidido no darle más.

La pelea contra los demonios internos es inmortal, devastadora y cruel. Ojalá él encuentre la fuerza interior (c… y quijá, nos dijo) y también su familia y las tantas personas que lo quieren bien, desde el alma, para salir adelante; y ojalá estas líneas alienten a quienes, envueltos en el caos, no han encontrado el fondo que los ayude a dar el primer paso, y a otros, a no empezar.

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