Las Tunas.- Rolando Portillo Cedeño lleva casi 50 primaveras unido a la cultura. Sus pupilas reflejan la satisfacción de ser útil. Se sabe parte de una familia que ha contribuido a enaltecerla. Al lado, su hija Taymara lo observa orgullosa. "Mi padre es lo más grande", confiesa ella, y sus ojos se llenan de lágrimas.
Él, otrora director del Conjunto Original Cucalambé y miembro de otros elencos importantes como la orquesta Miramar, Los Surik, América Latina y la Banda Municipal de Las Tunas, ha cultivado una tradición consanguínea que ahora salpica a sus nietos. Hoy refiere la herencia musical que abrazó del progenitor, Baldomero Portillo Villadóniga, quien -a principios de los 70- profesionalizó el Conjunto..., incluyó la trompeta y comandó el colectivo por más de una década.
"Mi padre era emprendedor y dicharachero. Cuando ponía un apodo no había quien lo quitara, aunque para el trabajo era serio. Tuvo la idea de la comparsa Hatuey, conocida por 'la comparsa de los indios', también impulsó otra llamada La Alborada Campesina. Con el Movimiento de Artistas Aficionados (MAA) hizo una jazz band.
Desde los 8 años defendió la manifestación. Empezó con el tres, estudió trompeta, tocó la tuba, fue luthier... Dirigió cofradías como la América Libre (del MAA). Tenía el son por dentro", confiesa Rolando.
Luego, cuenta anécdotas curiosas como aquella en la que trajeron un piano de otra región y quienes lo transportaban desconocían los cuidados que amerita el instrumento, por lo que lo dejaron mojar en un aguacero. Pero "su viejo" lo reparó y fue estrenado aquí, nada más y nada menos que por Bola de Nieve.
Imbuido en esa admiración por sus raíces, comenta el ajiaco cultural que signa su árbol genealógico, con abuelos de ascendencia española y norteamericana. "Mis tíos tocaban instrumentos. A mi abuelo paterno le gustaba el tap. Crecí en ese ambiente. Somos 14 hermanos y varios nos inclinamos por la música".
Una frase resume todo: "La musicalidad ha marcado a mi familia". Y ciertamente signó su sendero. Tras el ejemplo de su padre, recibió clases de figuras como Cristino y Eligio Márquez; integró elencos al estilo de América Latina y fue consolidando su quehacer hasta asumir la dirección del Conjunto Original Cucalambé. Así, en su palmarés figuran reconocimientos como la Medalla Raúl Gómez García que, según cuenta, recibiera en Matanzas junto a Rosita Fornés y otros grandes de la cultura. Sencillamente inolvidable.
"Tengo la dicha de que parte de mi descendencia ame la música y la defienda en diferentes escenarios. Mi hijo Rolando, por ejemplo, es violinista y se desempeña profesionalmente en Trinidad. Taymara, igualmente, siguió mis pasos y sus hijas muestran dotes artísticas. No puedo ser más feliz", confiesa.
Para la muchacha el sentir es también emotivo. "Papá siempre me ha apoyado. Así, estudié en la escuela de instructores de arte de la provincia e, inspirada por su luz, integré el Conjunto Original Cucalambé. Él me enseñó a amar la tradición. Le debo mucho. Por eso, aunque está jubilado, sigo en el colectivo".
La joven cantante -además- ha asumido otras funciones dentro de la cultura, desempeñándose, primero, como metodóloga de Música en la privincia y, actualmente, es especialista principal del Centro Provincial de Casas de Cultura. Ella comparte sus saberes con estudiantes del taller de repentismo y tonadas Viajera Peninsular, de la casa de la décima El Cucalambé, con aficionados de la casa de cultura Tomasa Varona y otros talentos.
"De mi padre he aprendido la disciplina, la responsabilidad, el amor por el trabajo y la defensa de la cultura. Siempre me aconseja. Es mi gran orgullo. Los nietos, por su parte, le dicen 'abuelo papi'; se ha ganado su cariño", alega. "Resulta gratificante que tu familia recorra un camino positivo ante la sociedad. Mis hijos (cuatro en total) son buenas personas", añade Rolando.
LOS POLANCO, PINCELADAS LUMINOSAS
"Por ahí viene el alfa", dice Gustavo Polanco Montero al ver a su padre. Yo sonrío por el humor implícito, pero pronto entiendo la complicidad que los une. "Más que padre e hijo, somos amigos", recalca Polankito, como lo conocen.
Eso de estar pintando desde niños es algo más que poseen en común, al igual que contar con el apoyo caluroso del progenitor. Y es que Gustavo Polanco Hernández también recibió la mano amiga de su padre, aquel panadero -hoy con 91 primaveras- que supo apreciar las dotes creativas de su párvulo. "Me llevó de joven con Rafael Ferrero y Armando Hechavarría. A ellos les dijo: 'Es que al muchacho le gusta pintar...'".
Así, con el impulso de esas lumbreras, pasó un taller de diseño gráfico en Santiago de Cuba. Y, por ese camino, se graduó de Pintura y Dibujo en La Habana, se hizo miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac), trabajó como profesor en centros de la Enseñanza Artística y ha dejado su estampa en la plástica tunera con una pintura gestual y sus distintivas tonalidades. Pero el año 1976, sin dudas, sería uno de los que más lo marcó. Llegaba a su vida el primer hijo, ese con el que comparte nombre y afición.
Sin embargo, aclara, tanto Cheidzé como Gabriela María (los otros retoños) abrazan también el arte. "El primero de ellos se graduó como artesano-alfarero; mientras la segunda, de manera autodidacta, muestra aptitudes en la plástica. Y Polankito, mi primogénito, desde pequeño ha pintado. Recuerdo que entonces pensaba en familias como los Ochoa o los Márquez, y me decía: 'Algún día mis polluelos seguirán el camino de la cultura'".
Y vaya, ¡que su vaticinio se hizo realidad! Lo que quizás no pensaba otrora Polanco Hernández es que realizaría creaciones junto a su hijo Gustavo, quien estudió en la entonces llamada escuela vocacional de arte El Cucalambé y se graduó de Cerámica en la Academia de Artes Plásticas de Las Tunas. Así, desde hace varios años, ambos han dejado su huella en murales, exposiciones colectivas y otros espacios, como ambientaciones en el hotel Brisas del Caribe (Varadero).
"Ser padre es una responsabilidad", afirma Polanco (el mayor). "Es otra manera de ver el mundo. Es madurar, adquirir responsabilidad, amar...", agrega Polanco (hijo), quien conoce esa dulce savia por Adriana, aquella bebita (hoy joven) que le cambiaría la vida para bien y que, además, pinta hermoso.
"Debemos conversar con nuestros hijos, estar pendiente de ellos. Si nos alejamos, corremos el riesgo de perderlos", dice Polankito, quien sabe perfectamente de los desvelos que lo hacen permanecer en un balance con la pupila insomne, pasadas las 12:00 am, si aún no regresa la hija de una fiesta.
Así, mientras los dos Gustavo son dueños de estilos singulares en la pintura, consolidan una familia en paz y saludable, como pincelada luminosa.