El boxeo femenino puja hacia arriba en suelo tunero. Los primeros "brotes" ya marcan un camino en el que resta mucho "golpe", recurso y empeño por fructificar
Las Tunas.- Tendría 4 o 5 años de edad cuando descubrió el boxeo. El abuelo y su papá se sentaban frente al televisor a ver las peleas, pero solo a ratos, porque la expectación los levantaba de los asientos como un resorte. "Si aquel golpe se había quedado en los guantes, si ese gancho era ilegal, si la época ya no paría noqueadores natos"… Ninguno de los dos reparó entonces en el bichito travieso e invisible que se le colaba a ella por debajo de la piel.
Nunca le tuvo miedo al cuadrilátero. Las disputas, del otro lado del vidrio, la entretenían más que los juegos físicos. En casa no le creyeron cuando dijo que quería ser boxeadora, ni descubrieron allá adentro de los ojos color mar agitado que cuando lanzaba golpes se sentía la niña de prescolar más fuerte de todas. Pensaron que se le iba a pasar con el tiempo, "pero ¡qué va!".
Asegura que como no encontró caminos para encauzar sus metas, en segundo grado comenzó a entrenar jiu jitsu. Estuvo casi toda la Enseñanza Primaria recibiendo y propinando golpes, batidas, desequilibrios…, pero un inoportuno problema con las plaquetas le impidió continuar la faena de los combates. La familia tuvo miedo de que su salud peligrara.
El politécnico Conrado Benítez la recibió entonces. Se decidió por la carrera de Gestión Documental e intentó encajar en esos horizontes hasta que un día, por una amiga, supo que en Las Tunas se estaba entrenando boxeo femenino. Con los ojos brillantes, Claudia de la Caridad Cortes cuenta cómo fue su incursión entre cuerdas.
"Apenas llegué me gustó. Veía a los otros entrenando y recordé cuando era niña, la frustración esa de mirar desde lejos. Hablé con los entrenadores y me dieron la oportunidad de probarme. Cuando dijeron que me pusiera los guantes no lo podía creer.
"Hace años que no presento ningún problema de salud, me siento en perfecto estado y, ¡qué decirte del momento de entrar al ring! Es tanta la adrenalina que a veces no puedo respirar. En los torneos, cuando todo el mundo me mira, tengo la sensación de que nací para hacer justamente esto. Mi meta es parecerme a esos boxeadores inmensos que yo, desde niña, veía tumbar a los otros".
Sus 17 años se agigantan detrás de la máscara que le cubre el rostro. A este empeño, al que llegó solita, le dedica todas las mañanas de lunes a sábado y en casa también hace lo suyo, porque su cuerpo ahora es un templo sagrado. Responde las preguntas como si golpeara al saco, con cautela, como si el micrófono fuera un enemigo, incluso, más peligroso.
"Ya llevo un año y medio de entrenamiento. No he podido participar en ningún campeonato porque no tengo edad suficiente. Me estoy preparando para echar adelante la categoría juvenil, ahora mismo soy la única de esta. Hemos tenido topes amistosos en la provincia de Granma; fui también a Jobabo a competir y a representar el boxeo femenino.
"Me gustan mucho las peleas. Mi papá y mi abuelo me siguen el ritmo. En el tope de Granma recibí y di muchos golpes. Ahí en el ring, en caliente, no se siente el dolor, pero al poco rato, cuando te enfrías, es que cae el agotamiento y el desgaste. Te sientes molida.
"Me golpearon bastante en la cara, aunque usamos protección para la cabeza y los senos. De todas maneras, volví a Las Tunas con un moretón debajo de un ojo que se me puso verde, negro. Son cosas del oficio, a las que me tengo que acostumbrar".
Claudia siente que en Cuba falta mucho camino por andar en el boxeo femenino. Por ahora sigue enamorada de los golpes de Mike Tyson o las legendarias peleas de Teófilo Stevenson. Mira muchos videos de los más experimentados, para estar a la altura de la peleadora que sueña ser, y hasta series en su teléfono móvil con temáticas asociadas a ese deporte.
"No vivo con mi mamá. A mi abuela no le agrada mucho que me quiera dedicar a dar y a recibir golpes; a mi pareja anterior, tampoco. Lo ven como un deporte muy rudo. Pero yo sé que puedo hacerlo y, mientras el cuerpo me lo permita, pretendo descubrir a dónde puedo llegar. No pienso quedarme con las ganas".
CELIA, ¡PROTÉGETE!
Elianni Celia Oliveras avanza sobre su adversario con una fuerza arrasadora. El sonido de los golpes se extiende más allá de las alfombras gastadas del salón de prácticas de la Sala Polivalente. La voz del entrenador la saca de su rutina y empieza a batir la suiza contra el piso. No hay tiempo para el descanso.
Mirarla a los ojos es tener una certeza: Celia no conoce el miedo. Empezó a entrenar en noviembre y la convocaron en diciembre para el campeonato nacional Playa Girón. La suerte quiso que su primer combate fuera con una de las experimentadas campeonas del equipo principal del país. Y allí cargó hasta la lona su osadía, consciente de que iba en clara desventaja.
"Participé en la categoría de peso completo. Mi oponente tenía 75 kilogramos (kg) y yo un poco más de 66. Terminé perdiendo, pero siento que no me fue mal. Era la prueba que necesitaba y de esa pelea aprendí mucho. Ahora me preparo nuevamente para el 'Playa Girón', pero en la categoría de 66 kg. Espero que me vaya mejor. Me siento bien".
Celia siempre supo que lo suyo eran los deportes. Su papá entrenó boxeo; su mamá, yudo, y su hermano, incluso, se decidió un tiempo por estar entre las 12 cuerdas. Asegura que si en aquella época el boxeo femenino hubiese existido no lo hubiera pensado, pero no era el caso. Entonces entró a la Escuela de Iniciación Deportiva Escolar por atletismo. Lo suyo fue por mucho tiempo las disciplinas de lanzamientos y para ello tuvo que dedicar muchas horas de todas las mañanas.
Sus mejores amigos entrenaban boxeo. Por las tardes bajaba con ellos a hacer mascota y la pasión se le fue entrando por las venas. De los brazos conocidos aprendió a perderle el miedo a los golpes. Ellos la trataban sin piedad para que supiera cómo era de verdad el deporte.
"En el campeonato nacional me atacaron los nervios. Yo temblaba. No le temí a los golpes, porque eso ya está superado aquí con los muchachos, nadie me pegará más duro. Hasta el momento solo llevo seis meses de entrenamiento; sé que es poco, pero intento aprovechar todo el tiempo posible.
"Antes una veía por el televisor el boxeo entre mujeres y aquí en Cuba eso era un imposible. Cuando se empezó a entrenar varias muchachitas se fueron para el boxeo, de otros deportes, de la calle, de donde quiera, había muchas con ganas de ser boxeadoras.
"En lo personal este deporte me ayuda a aliviar tensiones. Antes botaba el estrés lanzando y aquí golpeando duro; por más difícil que sea la vida, yo camino para adelante con los guantes en alto. En mi familia he encontrado el mejor respaldo.
"Me gusta golpear mucho, más que defenderme. El entrenador se la pasa fajado conmigo porque vivo atacando y casi no me defiendo, yo sigo p'arriba del adversario. Ahora he aprendido más a cuidar la guardia. Tiene que ver con mi personalidad. En este ring me siento rodeada de amigos, hay una amistad noble, bonita. Hemos aprendido que el deporte es el mejor espacio para crecer también como ser humano".