Las Tunas.- Una voz, desde el público, despierta el teatro a oscuras. Ningún instrumento la acompaña. El canto a los espíritus africanos va ascendiendo al escenario. Parece una súplica en un lenguaje de tiempos idos, o una invitación a las esencias haitianas, como si la tradición se materializara de repente. No hay campanas, ni velas, ni altares…, pero Petit Dancé está cumpliendo 100 años.
Desde el tabloncillo el homenaje juega sincero con el sincretismo de mil religiones fundidas en una, coquetea con los ritmos más autóctonos y bebe del folclor, a ritmo de tambores. Solo una luz distante refleja los cuerpos fundidos; antes, la voz de Titina se hizo eco.
Con las cabezas cubiertas del amarillo de sus empeños, el grupo portador de la cultura franco-haitiana ocupa las cuatro primeras hileras del extremo izquierdo del lunetario. Disfrutan el convite en el teatro Tunas que cantantes, bailarines, declamadores… le dedican en agradecimiento a las generaciones que emergieron para difuminar el arte del cabildo entre los simples mortales.
¡Ahora sí les toca subir! Martha, la sacerdotisa heredera de las ceremonias mágico-religiosas, comienza a ondular un vestido que ha pactado con el tiempo. Galina se escucha por la ciudad y los bailes se van volviendo más agitados, más intimistas, más auténticos.
Es difícil despedirse de esta cofradía de tradiciones que regala a manos llenas alegría, fortaleza. El público, de pie, se deshace en aplausos. ¡Gracias, Petit Dancé!
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Fue una cita de reconocimientos cálidos, a nombre del Centro Provincial de Casas de Cultura, a petición de su Consejo Nacional; del Movimiento de Artistas Aficionados, de la casa de cultura Tomasa Varona, de la comunidad y de tantas otras organizaciones que distinguen la lumbre de la impronta haitiana.
