lengua materna

Las Tunas.- "Las palabras son reliquias, santificadas por el sufrimiento y desfiguradas por la pasión", leí una vez en un libro. Recordé la frase en el influjo de las celebraciones por el Día Internacional de la Lengua Materna, que oficialmente se festeja cada 21 de febrero.

Alrededor de cinco mil idiomas, subdivididos en múltiples dialectos, hablan de un ecosistema que creemos conocido, pero no es tan así. Como torre de Babel, como punta de iceberg, es un asunto insondable, pero también maravilloso. Baste decir, si viajamos en el tiempo, que muchos de los vocablos que hoy nos distinguen tienen tras sí siglos de evolución; sobrevivieron a guerras, egos, metamorfosis y al indetenible látigo del tiempo. Y, en ese proceso, algunas palabras desaparecieron o mutaron, mientras otras, simplemente, vieron la luz.

Libros como Historia de la Lengua Española (de Rafael Lapesa) nos sumergen en ese universo. Y viajamos con él al año 218 antes de Cristo, y nos parece ver a los romanos conquistar la península ibérica (lo que hoy ocupan territorios como España y Portugal) y sembrar el latín (especialmente su arista vulgar) en la tierra conquistada.

lengua materna

Más allá de la construcción de calzadas, leyes impuestas, innovaciones tecnológicas, impulso al comercio y todo lo que el gran imperio cosechó en su dominio, es interesante estudiar cómo la lengua se fue transformando con el paso del tiempo. Gracias a Lapesa y otros autores, hemos aprendido de ciertas "sobrevivientes". Esas palabras que, aferradas a una lengua vernácula, indígena y auténtica, perduraron a pesar de todo, es lo que él llamó "hechos de substrato".

Por eso, somos herederos de muchos términos defendidos por nuestros ancestros, en el decursar de la historia. Los pobladores prerromanos (los que estaban en la península ibérica antes de la conquista), por ejemplo, nos legaron palabras preciosas como charco, galápago, manteca, perro, braga... Y, así como los pueblos originales de la antigua Hispania (como le llamaban los romanos a la península) dejaron una huella que nos salpica y arropa, también lo hicieron otros unidos, de alguna forma, a la historia del territorio.

De esa manera, llegan: galán, cable, jardín, gala, reproche, forjar... (nombrados galicismos); piropos, volumen, silvestre, belicoso... (latinismos); novela, soneto, camposanto, carnaval, pantanoso, filigrana... (italianismos); turrón, linaje... (catalanismos); alfabeto, bucólico, ortografía, musa, sirena, nardo, frijol y monopolio... (helenismos); perla, leche, manada, intérprete, físico, algoritmo, alcohol, jarabe, azahar, almacén, elixir, lechuga... (arabismos), entre otras.

Aunque aquí nos centramos en zonas universales de nuestro idioma, tampoco podemos olvidar que heredamos de nuestros aborígenes términos como anacaona, bibijagua, bohío, ceiba, jicotea, guano y maraca, por solo citar algunos. Asimismo, las lenguas afrocubanas nos legaron su parte, y de ahí emanaron marimba, guara, quilombo, cañengo, fula, bemba, conga, malanga y hasta sandunga. Todo ello imprescindible dentro de ese ajiaco cultural que somos. 

Así que, cuando hable o escriba, por breve que sea, siéntase dueño (a) de un ecosistema vivo, donde usted también es paladín, aun sin saberlo. Nuestras lenguas romances (en las que figura el español) tienen su génesis precisamente en aquellas tribus prerromanas y el latín hablado luego en provincias conquistadas. No maltrate el idioma. Es cierto que existen los llamados cubanismos, y que diferentes zonas de Cuba tienen su manera de nombrar al tamal, a las cacharras para guardar comida y hasta a utensilios tan básicos como el palillo de tender ropa y el trapeador. Me refiero a quienes, aunque existen vocablos tan hermosos, apuestan por otros que, lejos de aportar, afean, denigran y maltratan el lenguaje. Mejor no poner ejemplos de ello. Y ni hablar de ciertos temas de reguetón, que ya sabemos que son la hipérbole de este caso.

Piense en algo: de cierta forma, también somos palabras. Si usted ayuda a un vecino, eso se resume en ser "solidario, altruista, colaborativo...". Si da los buenos días, pide permiso o agradece, lo sabrán "educado, cortés...". Y así vamos derramando palabras a cada paso. Ellas hablan más de nosotros que otras vías de comunicación, incluso aquellas que se infieren. Y recuerde: a veces, por muy bonitas que sean las palabras, si no se acompañan de hechos, como dice un refrán, "se las lleva el viento".

Bien dijo el poeta Pablo Neruda: "Qué buen idioma el mío, qué buena lengua heredamos de los conquistadores... andaban a zancadas, por las coordilleras, por las Américas encrespadas, buscando patatas, butifarras, frijolitos, tabaco negro, oro, maíz..., con aquel apetito voraz que nunca se ha visto en el mundo. Todo se lo tragaban... Salimos perdiendo... Salimos ganando... Se llevaron el oro y nos dejaron el oro... Se lo llevaron todo y nos dejaron todo... Nos dejaron las palabras".

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