mijaín paris

Las Tunas.- Mijaín López lleva 42 años equivocado, empeñado en batir la gloria en un colchón, cuando la vida lo dispone como un oficinista. Uno de esos trabajadores que superan los días con el mínimo gesto de estampar una firma sobre un papel, que para el cubano significa estrellar a los rivales o plantarle un muro defensivo en el centro del escenario de competencia. En la cotidianidad de un puesto aburrido, delante de los ojos del pinareño han pasado cuatro títulos en Juegos Olímpicos, mientras ya acumula el pendiente de una quinta final que supondría el ascenso para el piso de arriba, el cual permanece a puertas cerradas.

La puntualidad y la destreza de preservar la elegancia del "traje" le brindan a Mijaín la posibilidad de sortear los obstáculos del tiempo y del propio deporte. Con la complicidad de una sonrisa escapa de los atolladeros, cual compañero que comparte un chiste en medio de la faena para engrandecer su agrado entre los demás y, gracias a ese compromiso con el deber, todo fluye a un ritmo de perfección.

Para el personal fuera de la "empresa", el sitio ocupado por el muchachón de Herradura, constituye una quimera, sobre todo, porque acumula par de décadas con el galardón de "Mejor Empleado". En cambio, a quien le acompaña el apelativo de gigante le basta cumplir con aquello que tantas veces ha repetido en la entidad de los cinco aros. De la mente a la práctica y, justo ahí nace otra odisea, abrir un nuevo espacio en la pared para el reconocimiento por venir. Al "grequista" los protocolos de premiación le aturden, prefiere alimentar su alma con los aplausos de sus conocidos y con observar cómo se eleva la bandera de su país. Una persona de dimensiones colosales, capaz de saciarse con la seguridad de conservar el buró de siempre, pegado a la ventana por la que mira a los suyos, al vecindario.

Una vez cumplida la jornada laboral le suelta el brazo por encima al jefe Trujillo, mientras los roles parecen intercambiarse o fusionarse, debido a la fraternal relación entre ambos. En tanto, Héctor Milián completa la tríada de amigos; los populares, los diferentes, aquellos tocados por la magia de estar por encima al resto, pero con una humildad que les ata los pies a la tierra. El descanso apenas será por unas horas, tocará verlos mañana de nuevo en la rutina de batallar con una montaña de informes, además de las preocupaciones por unas vacaciones pendientes desde hace mucho y a las que nadie quiere acudir. Mijaín, un hombre sumido en la monotonía de ganar, sin apenas permitirse vacilación alguna.

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