Las Tunas.- Desde tiempos inmemorables, el camino hacia Puerto Manatí venía con un avistamiento consabido: Las Carboneras, un pequeño pueblecito de apenas 10 casas que marcaba el ritmo de este renglón en el municipio. Era casi inevitable reparar en los grandes hornos a metros de la carretera, las espaldas desnudas ataviadas en el quehacer vaporoso y el humo, como trueque de caricia que presagiaba la cercanía de la costa.
Era el destino pactado de todo aquel que requería un saco de carbón de la mejor calidad y a más bajo precio. Allí llegaba la gente con transporte que buscaba despojarse de los molestos intermediarios y los que a fuerza de empuje defendían un negocio particular. Soplaban tiempos de alianzas, en los que la palabra dada era suficiente.
Resultaba curioso ver a los niños corretear tan cerca de las piras de madera llameantes, jugando, incluso, al calor de los hornos en momentos de la recogida y con los pies descalzos. Felices e inadvertidos en el ajetreo final.
La comunidad era un cónclave perfecto donde confluían más de tres generaciones de carboneros. Los ancianos, todavía marcados de hollín, seguían escogiendo el mejor guao, los jóvenes armaban las montañas de madera y los hornos de 100 sacos comenzaban a dibujarse. Uno de ellos debía permanecer alerta durante la noche para cuidar la temperatura, allá adentro del redondel, protegido con tierra.
Cierto también que las botellas de aguardiente tenían que alzarse con más frecuencia para burlar el embate mítico de los mosquitos, la fiereza del sol o aderezar las cargas de trabajo. Pero allí, en tierra caliente y humilde, había un propósito resguardado por más de 50 años. Los niños aprendían el arte de curtir la madera como un reflejo natural. Aquello les pertenecía.
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Con las manos en la cabeza, Enrique Pérez Rojas evoca los recuerdos de su infancia, del abuelo enseñándole con rigor qué madera era la mejor para lograr un producto más duradero y cuál se iba a escurrir como el humo. Rememora su primer horno, todo cachicambeado, cuando él no pasaba de los 9 años, y el orgullo de su familia, aun entre pocas palabras. Ese mismo día lo empezaron a tratar como hombre.
Con los ojos perdidos en la maleza, donde alguna vez estuvo su casa y la de los otros, me cuenta una historia que le sale fecunda de más abajo de la garganta. "Aquí ya no queda nada.
"No hubo más remedio. La gente se tuvo que ir. Primero hicieron a Las Carboneras una circunscripción de Puerto Manatí, cerraron la escuelita y la bodega. Los niños tenían que caminar kilómetros para dar clases porque en la zona no hay otro transporte. Regresar casi de noche con marabú a los dos lados…
"Sin la bodega tampoco había cómo quedarse. Imagine la falta que le hace la bolita de pan a uno por las mañanas. Pa' hacer carbón hay que estar pegao en el trabajo desde que sale el sol, no hay manera de andar por ahí buscando comida, al menos no todos los días. Dejamos de recibir el pollo, el picadillo…
"Los vecinos comenzaron a irse de uno en uno. Se llevaron las puertas, las ventanas, lo que pudieron, y agarraron para Manatí, a intentar sobrevivir. Yo fui el último en irme. Sumaba en este lugar más de 30 años y lo único que sé es hacer carbón. Aguanté todo lo que pude, pero me robaron los animales; una noche vinieron tres hombres y hasta nos amenazaron. Mi mujer entró en un estado de nervios que cada vez que ladraba el perro empezaba a llorar. Se me iba a enfermar.
"Recogí los cuatro tarecos y me fui para Manatí. Allí hice un bajareque, pero estamos tranquilos. Me toca venir diariamente hasta acá en bicicleta, son 12 kilómetros. A veces doy dos viajes. Gracias a Dios tengo energía, pero no siempre será así porque ya pinto más de 50 años. Míreme las canas.
"Tengo mis hornos monte adentro y la cosa se ha puesto tan dura con los recursos que en mi bicicleta cargo los sacos de tierra para tapar los hornos. Esa tierra hay que buscarla a medio kilómetro de distancia del horno. Y el trabajo se lleva varios sacos. Menos mal que estas gomas me han aguantado.
"¡¿Qué le puedo decir?¡ Claro que el dinero no me alcanza. Esto no es pagado con nada. Hacer carbón es muy duro. Pero nunca he pensado en realizar otra cosa. Es como si el viejo me estuviera mirando desde el cielo. Para mis hijas sí quiero que tengan una vida distinta, lejos del humo y el sacrificio. Conmigo basta".
HURGAR EN LA "MALEZA"
Actualmente Las Carboneras no existe. La maleza devoró lo que quedaba de las casitas y ahora ya es difícil reconocer el sitio exacto en donde alguna vez vivió cada familia.
Javier Pérez Sánchez, director de la unidad empresarial de base (UEB) Agroforestal Manatí, entre el zumbido de los mosquitos y el destrozo silencioso de los jejenes, comenta a 26 las condiciones que rigen la producción actual de carbón, en un momento en el que el surtido es vital para tantas familias a causa de la poca disponibilidad energética, sobre todo en las comunidades, donde este aguijonazo es mucho más duro.
"Aquí quedaron solo dos productores: Enrique y Ramón. Primero Ramón quiso mejorar su vida e irse para la cabecera municipal; hay que ser sincero, la comunidad prácticamente se abandonó. Después le siguió Enrique. Estaba solo.
"Antes había varias familias, incluso cuatro viviendas eran de la UEB, pero en cuanto cerraron la bodega y la escuela, los pobladores se fueron. Hoy tengo en plantilla solo tres productores, pero con contratos a veces llego hasta 10. Vienen, te hacen un horno, se van...
"Empezamos pagando el kilogramo de carbón a 4.00 pesos, después subimos a 8.00 y ahora es 15.00. Sabemos que no es suficiente. Ellos necesitan más y tenemos la intención de elevarlo a 22.00, y aún estamos por debajo de los precios que rige la calle. El saco saldría en poco más de 500.00 pesos.
"La competencia es muy dura porque el saco de manera clandestina está casi a mil pesos, y en algunos lugares sobrepasa ese costo. Estamos haciendo estudios para favorecer a los productores teniendo en cuenta nuestras posibilidades. Ellos integran el patrimonio de la Forestal y siempre que hay combustible se les apoya en el tiro de tierra y leña. Ahora mismo no podemos brindarles nada.
"Ya no hay modo de recuperar la comunidad; solo queda fomentar la producción con mejores tarifas. En eso estamos. Tenemos la prioridad de rescatar e incentivar este rubro porque resulta vital ahora mismo. Los recursos están muy escasos. Ellos, la verdad, hacen todo con lo que tienen a mano.
"En los últimos tiempos les hemos dado limas, machetes, mochas... en pequeñas cantidades, lo que ha sido posible. Eso sí, la voluntad está".
Albero Seguro Cruz, secretario del Sindicato Agropecuario, Forestal y Tabacalero en el municipio de Manatí, narra con el ceño fruncido las demandas a las que tiene que hacer frente.
"Como es de esperarse, los carboneros piden ropa, zapatos, limas... Ellos no son cualquier trabajador. Para estar aquí codo a codo con las plagas, monte adentro, hacen falta medios de protección; y podemos ayudarlos muy poco.
"Algo que les golpea mucho es la bancarización. Les pagamos en tarjeta y no tienen cómo sacar el dinero que necesitan de una sola vez. Cuando van al banco en ocasiones solo les dan mil pesos o menos.
"Siempre tratamos de contribuir con combustible para priorizar el tiro de leña, humanizar el trabajo. Nos toca seguir luchando por aumentar los precios. Nuestra meta es incrementar el ingreso de divisas para poderle dar una atención más adecuada al productor. En eso estamos enfrascados".
OTROS ROSTROS, MISMOS ARDORES
Ramón González Ramírez tiene también su historia en los cimientos de Las Carboneras, pero es un hombre que mira y habla en presente.
"Hacer carbón ahora es mucho más duro; antes tenías los medios para llevar hasta el lugar una carreta de leña y el resto se hacía más sencillo. En este momento lo más difícil es acopiar la leña y gestionar el tiro. Por eso se produce menos.
"Tengo más de 30 años frente a los hornos, aunque claro, a cualquiera se le vuela uno. Hay que cuidarlos porque de eso vive mi familia. Quiero que mi hijo haga un contrato para que nos ayude; él sabe hacer los hornos.
"En la calle, el saco de carbón está muy caro y lo compran porque no hay con qué cocinar; pero mi contrato con la empresa es una cosa de honor, aunque, por supuesto, necesitamos que suban los salarios para poder vivir de mejor manera.
"Ser carbonero es ser humilde y trabajador; no tenerles miedo a los mosquitos ni al monte. Mira que uno piensa cuando está frente al calor, ahí solo, en medio del monte. Ahora el carbón sale y de buena calidad; uno se esfuerza, cuente con eso. Pero la tradición se ha roto, es muy duro no ver el fruto de tanto sacrificio".
Bromea y a la vez habla muy serio: "A pesar de todo, yo volvería a ser carbonero".