colas LLas Tunas.- No había cola ese día. Una calma silenciosa marcaba los alrededores del mercado ideal La Unión, en esta ciudad, cerca de las 5:00 de la tarde. Entré, aun cuando mi compañero apostaba que no debían tener oferta. Sin embargo, una estiba de sacos de arroz importado simulaba esperar por los clientes. ¡El codiciado alimento estaba ahí, en abundancia!

En minutos, no faltó un ciudadano afirmando muy serio que “esto no está bueno sin las colas, esa picazón de la gente fajándose es lo que pone rico el ambiente. Mira esto, arroz a pululu y no hay nadie”. A diario, los entornos de la tienda en divisa El Girasol muestran un mismo panorama: sin saber si distribuirán pollo o aceite, se “arma” la concentración.
Sin embargo, caerle detrás al camión de mercancías que abastece al mercado mixto Leningrado (a pocos metros de La Unión), preguntando en tono de grito al chofer qué trae, “para marcar”, me resulta patológico. Los desabastecimientos no pueden ganarnos la cordura y menos la decencia para, como por instinto natural, marcar una psicología irracional en ascenso, que deja mucho que desear.
Las carencias actuales no son nuevas. En los años 90 el impacto fue contundente ante la desintegración de la antigua URSS. La sequía y los ciclones también pusieron los establecimientos vacíos en tiempos no lejanos. Los medicamentos tienen altibajos por períodos… Si vamos a las esencias, no hay diferencias abismales.
Entonces, muchos comentan y les preocupa, esta fiebre de vender números en la cola y de reciclar o alquilar a los infantes para aprovechar el derecho de la prioridad a embarazadas y mujeres con hijos pequeños. Esos actos resultan decadentes, denigrantes, nada lo justifica. Es un proceder que debe ser sancionado, sobre todo, a las madres que se prestan por 10.00 o 20.00 pesos a exponer a sus hijos a cualquier cosa. Todo esto ha conllevado a la presencia de los agentes de la Policía para calmar el desorden.
En la farmacia intentaron hacerme cómplice de tales desmanes. En la puerta, después de horas de esperar pacientemente mi turno, vino una señora a proponerme dinero para que le comprara. No acepté, pero otra sí lo hizo. En fin, el enfrentamiento no debe ser aislado, sino colectivo. Es el respeto que nos debemos, al margen de que la necesidad o la escasez nos aprieten.
Opiniones sobre estos temas sobrevuelan el imaginario popular. Muchos piden que los productos de aseo los comercialicen en las bodegas. Así se evita que sean los mismos usuarios quienes compren -y revendan después-, pues los horarios de expendio no favorecen siempre a los trabajadores. Otros, que se cumpla lo anunciado de anotarlos en la libreta de abastecimiento y hasta algunos recuerdan la Crisis de Octubre en la década del 60 y alegan repartirlos por los CDR, cuadra a cuadra.
Algo hay que hacer, sin dudas. Esa imagen de desacato público, de mala educación, descrédito y alejamiento de la mínima decencia no debe continuar. Se prevé que en abril mejoren los suministros de artículos de primera necesidad, pero…, ¿y hasta entonces? ¿Y si prevalecen los problemas actuales? Pienso en las raíces, en los valores recibidos de abuelos y progenitores, en las tantas campañas de educación formal y a la vez, en esas posturas desagradables que se incrustan en lo cotidiano.
Usted podrá decirme que la abundancia de bienes lo resolvería todo de un golpe. Es verdad, pero no la hay, mas por ello no podemos permitir que se vayan a bolina el enfrentamiento a las indisciplinas sociales y la estafa (revender en el doble del costo lo es); la empatía ante la vulnerabilidad de los menos favorecidos económicamente o limitados por la ancianidad (tenemos muchos que viven solos y enfermos) y la protección a la inocencia infantil. Esto es corrupción moral y ética, peor que la económica.
Urge hacer algo, desde lo gubernamental y desde adentro. El desorden no tiene justificación. José Martí lo dijo: “La pobreza pasa, lo que no pasa es la deshonra”. Bajo esa sentencia iluminada se debería pensar Cuba, en tiempos donde algunos sienten tener inmunidad para vociferar por nuestras calles “cigarro criollo”, “detergente”, “leche en polvo” y disímiles productos muy demandados que traen en sus mochilas. Y de los precios… ¡mejor ni hablar!

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