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En este período de enfrentamiento a la pandemia, el epidemiólogo Aldo Cortés González ha sido el rostro más visible en la provincia de Las Tunas, así como el doctor Durán lo es para todo el pueblo cubano. Sirva esta entrevista de homenaje a los profesionales del sector en el Día de la Medicina Latinoamericana

Las Tunas.- La pequeña oficina es tan solo un espacio físico en el que ahora mismo se halla “anclado”. Allí lo acompañan un par de butacones, el computador y unos cuantos papeles sobre la mesa; también yo, que me aventuro a viajar junto al doctor Aldo Cortés González por los recuerdos de antaño, esos que lo trasladan a otra dimensión y por momentos le arrancan sonrisas o humedecen sus ojos.
Regresa a través de sus memorias a la ciudad natal, Puerto Padre, y por la expresión en el rostro pareciera que atraviesa el umbral de la puerta de aquel sitio donde empezó todo. Se apresura a rebuscar en los rincones que le devuelven hasta el olor a salitre, la brisa del mar y le aprisionan el pecho ante la huella imborrable de tiempos difíciles.

De procedencia muy humilde, fue el tercero de tres hermanos, y el primero de los “milagros” de sus padres, luego de varios embarazos fallidos. Su papá era panadero y su madre trabajaba de doméstica en una casa. No fueron pocos los sacrificios para sustentar a la familia. La recuerda sembrando en el campo, “pegada” a una batea, como cuidadora de niños en las noches o planchando para llevar unos pesos al hogar. Mientras, le llega la imagen de su padre con el fango hasta el pecho, en busca de la leche para el desayuno y de otros alimentos.

Habla con una mezcla de emociones y orgullo, que deja al descubierto su grandeza como ser humano. En medio de aquella sencillez se supo afortunado y poseedor de las más valiosas riquezas, esas que le permitieron hacerse un hombre de bien y que hoy son parte inherente de su proyección ante la vida. Honestidad, humildad, rectitud, dulzura, solidaridad… el legado de sus progenitores.

“Mi barrio era el mejor del mundo. Los muchachos salíamos al portal a conversar y jugar voleibol, y los mayores al dominó. Compartíamos el plato de comida e, incluso, el Período Especial no tuvo el mismo impacto que en otros lugares, porque nos ayudábamos los unos a los otros”, cuenta.

Y no fueron solo los libros de Historia los que le hicieron apreciar la Revolución; sino sus raíces. Bien sabe cuánta luz llegó con el triunfo de 1959. Con 11 años impartió clases a varios adultos y lleva “tatuado” en el pecho la satisfacción de enseñarlos a leer y a escribir. Quizás por eso nunca se desprendió completamente del sueño infantil de ser maestro.

EL CAMINO HACIA LA MEDICINA

De la etapa estudiantil rememora su trayectoria con mucha exactitud: nombres, hechos, viajes… Sonríe e intenta, de alguna manera, compartir ese pedazo de vida, y logra atraparme, sé que ahí dentro, en ese lugar invisible a mis ojos, habitan sentimientos que las palabras no pueden expresar.

“Desde pionero ocupé responsabilidades como sanitario, corresponsal juvenil, locutor en un programa radial y en un círculo de interés que me permitió enseñar a los adultos. Siempre pensé optar por el magisterio, aunque me surgía la disyuntiva entre esa profesión y la Medicina, pues fui enfermizo y me quedó la imagen de aquellos profesionales que me atendieron en Holguín por cambios en la glucemia.

“En el año 1972 asistí a un Congreso Nacional de Monitores y en la Secundaría me desempeñé en varios cargos. En ese período fui seleccionado para viajar a la Unión Soviética.

“Opté por el Destacamento Manuel Ascunce Domenech, pero padecía una faringitis y no pude incorporarme. Tras culminar el Preuniversitario solicité la Medicina y comencé a estudiar en Santiago de Cuba, luego en Holguín y culminé aquí en Las Tunas”.

¿En qué momento llega la Epidemiología a su vida?

“Llega por azar. Por mi trayectoria como dirigente en la Federación Estudiantil Universitaria me designaron director municipal de Salud en ‘Colombia’ y estuve dos años en esas funciones. Posteriormente asumo otras tareas en la Dirección Provincial de Salud, y por los resultados del colectivo me dieron la oportunidad de viajar a Suecia.

“Más adelante se hizo un proceso de actualización del carné del Partido, y nos comunicaron que para ser cuadros administrativos no podíamos ser cirujanos, que era lo que yo deseaba estudiar. Entonces debía escoger entre Administración de Salud y Epidemiología. Ahora puedo afirmar que si me dieran nuevamente la ocasión de elegir no pensaría en otra rama que no fuera la mía.

“Mi labor se acerca mucho al trabajo social y comunitario; y considero que no hay mejor epidemiólogo que un médico de familia, porque hace las valoraciones de las causas que generan los problemas sanitarios en las poblaciones. Esta especialidad no solo interpreta los índices de salud de una comunidad, sino que propone las soluciones y diseña estrategias educativas para empoderar a las personas respecto a sus responsabilidades”.

¿Cuáles han sido los mayores desafíos que ha enfrentado? ¿Alguna satisfacción en especial?

“Uno de los principales retos ha sido la incomprensión, incluso dentro del propio sector, de colegas que son dogmáticos y no buscan alternativas para solucionar las dificultades. Y sí, hay que aplicar la teoría que aparece en los libros, pero adecuarla a nuestra realidad. Un epidemiólogo debe prepararse para profundizar en las condiciones y causas que generan el problema, pues los errores que comete la Epidemiología pueden traer consecuencias a largo plazo.

“No pocos colegas consideran que quienes optan por este campo profesional lo hacen para trabajar poco. Y se equivocan. Esta rama es una de las que si no está el trabajo hay que buscarlo, y ser proactivo.

“Mi mayor satisfacción es el cariño y la gratitud del pueblo”.

Nunca antes la Epidemiología fue tan reconocida como en la actualidad. ¿Cómo ha vivido la pandemia y cuánto le aporta desde lo profesional?

“Nos ha ayudado a crecer y a comprender cuánto nos falta por aprender. Empezamos a abordar una epidemia prácticamente desconocida y sin tener las condiciones, las fuimos creando con inmediatez. Ha sido una escuela que ha permitido hermanar a los tuneros y sus instituciones. No ha sido un empeño solo de Salud, sino de toda la sociedad.

“He tenido el honor de estar en la primera línea de esta batalla, y sí, eso implica esfuerzos que se extienden a la familia, principalmente de mi esposa, que ha llevado sobre sus hombros el peso del hogar. He ganado muchos amigos, como los taxistas que trasladan muestras y al personal, y merecen todo el reconocimiento.

¿Cómo percibe la formación de los nuevos profesionales de la Medicina?

“Es una responsabilidad nuestra y más que criticar a los jóvenes, debemos revisarnos por dentro y analizar lo que dejamos de hacer y enseñarles”.

***

Del ambiente sereno con el que inició nuestro diálogo quedó muy poco. Las necesarias interrupciones obligaron a pausar una y otra vez la grabadora. Nos regresaban al presente, un hilo roto que sirvió para mostrar las dinámicas cotidianas de Cortés González, esas que apenas le ofrecen un respiro.

Agradezco mucho ese tiempo compartido y llevo conmigo la imagen de ese ser humano sensible, humilde, desinteresado… y, sobre todo, fidelista y revolucionario. “Fidel fue y será un padre, guía e inspiración”, dice visiblemente emocionado, mientras describe como una de sus preciadas experiencias el instante en el que el Líder de la Revolución puso la mano sobre su hombro.

“Si volviera a nacer, primero pediría tener la misma familia, y trataría, desde el inicio, de estudiar Epidemiología y aprender más de Informática para sacarle el máximo provecho a la especialidad”.

Así afirma minutos antes de despedirnos este tunero enorme en la justa dimensión de la entrega y la vida. Un hombre bueno que siempre honrará a sus colegas con su ejemplo de consagración. Es el amor perpetuo a nuestro Ejército de Batas Blancas.

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