Reynaldo López Peña

Las Tunas.- Ana Beatriz supo que estaba embarazada después que regresó del centro de aislamiento. Ella, su esposo y la abuelita de él, fueron tres de los seis casos positivos a la Covid-19 en la Zona 238 del reparto Buena Vista.

Resultaron parte del evento más grande que ha tenido hasta ahora el área de Salud del policlínico Gustavo Aldereguía, en el que pobladores de cuatro manzanas se mantuvieron aislados por 17 días.

“Cuando estás viendo el televisor y te dicen que la Covid-19 existe, está bien; pero cuando tienes delante a un médico y te asegura que eres positiva, ya eso es otra cosa.

“Nos dieron todas las atenciones, los medicamentos; los vecinos nos ayudaron porque nunca nos sentimos solos, por teléfono nos llamaron constantemente. Y ahora estoy feliz, decidimos que vamos a tener al bebé, pero tengo sentimientos extraños dentro”.

Y claro, no es para menos. La convalecencia; el embarazo, que trastoca a una mujer; las muchas experiencias difíciles de esos días y hasta la muerte. Porque la abuela de su esposo falleció en medio del proceso y no fue propiamente de coronavirus. Ya era negativa a la enfermedad cuando perdió la batalla por las múltiples secuelas que le dejó la dolencia, que se hicieron fatales por entrelazarse con otras afecciones que ella tenía.

Una experiencia así cambia hasta la manera en que se asume la vida. Y todas las personas no reaccionan igual en momentos complejos. La doctora de la familia, Dianelis Meriño Vidal, lo entiende así, por eso asumió como inevitables las crisis hipertensivas en plena madrugada, las cefaleas migrañosas constantes, los cólicos nefríticos y hasta la alteración desmedida de la paciente con antecedentes que fue preciso trasladar al Hospital Psiquiátrico, “con todos los medios de protección posibles” y solo durante unos días.

“Agradezco mucho a todos los que nos apoyaron, especialmente a los trabajadores de Salud que no pertenecen laboralmente a nuestra área de trabajo, pero que viven en las comunidades de estas manzanas y nos prestaron una ayuda incalculable, sobre todo, en las noches”.

Y no fueron los únicos. Cuando se escriba la historia de Cuba en tiempos de la Covid-19 habrá que mencionar a muchos. En ese barrio, por ejemplo, los vecinos insisten en que recordemos el nombre de la delegada, Alina Batista; también el de los gestores, “que fueron como familia” y les llevaron la balita de gas, la medicina de la farmacia y hasta les escuchaban la perorata cuando la tensión crecía y pararse en el portal era la manera que algunos encontraban de paliar los miedos; porque da miedo, sí, “y cuando otros lo comparten, se va más rápido”.

Cuentan que el alma se les estrujaba cada vez que se llevaban a alguien y también dicen que aplaudían muy fuerte cuando la ambulancia anunciaba que otro vecino estaba de vuelta. Esa era la prueba mayor de la felicidad colectiva. Todos destacan la disciplina del barrio, de los niños, que no siempre entendían, pero sabían que pasaba algo grande y había que portarse mejor, aunque no pudieran ir a la escuela o corretear a su antojo.

Por todo eso ahora, que ya pueden andar las calles, insisten en el rigor voces honestas, como la de Mercedes Reyes. “Hoy podemos salir y tenemos que hacerlo, pero hay que tomar todas las medidas para que nada salga mal. Hay que ponerse el nasobuco, mantener la distancia, ahora más que nunca. Por aquí todo el mundo sabe que no se ha acabado la Covid-19 y que no es un juego cualquiera, esto mata”.

 

 

 

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