Las Tunas.- Alguna que otra mano extendida me guía a la sala H-4 del Hospital General Docente Ernesto Guevara de la Serna, de esta ciudad. Las referencias que tengo de mi entrevistado son valiosas: "Es brillante, el mejor de su año, ¡exigente!, tiene un timbre de voz muy bajo...", pero nada que lo distinga entre los galenos que se me cruzan a pasos agigantados y, para colmo, con casi todo el rostro cubierto.
Media hora después de tropiezos y pasillos en reversa, comienzo a percibir los aciertos del doctor Maikel Santos Medina, al frente del servicio de Cardiología, con indicadores que lo hacen notorio a nivel de país. Diálogo más adentro, me llega la insistencia del médico por hurgar dentro del pecho, en un órgano que se acompaña mucho de metáforas, pero que, con los atavíos en verde, suele ser implacable.
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La profesora de Biología, en el instituto preuniversitario vocacional de ciencias exactas (Ipvce) Luis Urquiza Jorge, la primera vez que lo vio traspasar el umbral de su puerta, interesado por hacer pruebas de la asignatura, le dio un buen regaño: "¡¿Cómo que Medicina?!". Y es que, para Maikel, concursante de Física, con resultados en competiciones nacionales, el horizonte se vislumbraba en la cúspide de las carreras técnicas.
Confiesa que la desmotivación por las ingenierías, a pesar de su pasión por las ciencias exactas, lo vistió con la bata blanca, y para bien, porque no se imagina en otros escenarios, ni haciendo nada más que a la diestra de algún paciente, buscando respuestas en su anatomía, cuando la gravedad opta por empedrar el camino.
No es de extrañarse que fuera el mejor graduado del 2004 en la Universidad de Ciencias Médicas local, ni que por su excepcional rendimiento recibiera como premio el "pasaje" para trabajar un año en Maisí, Guantánamo, y luego otro fuera de Cuba.
"Acabado de graduar, cualquier responsabilidad se torna aún más grande, sobre todo, cuando lo que hay en juego es la vida de seres humanos. Recuerdo que La Asunción, el sitio al que llegué, era el segundo asentamiento de importancia en Maisí. Como imaginaba, el lugar de remisión estaba a varios kilómetros, por lo cual en los consultorios del Médico y la Enfermera de la Familia teníamos que resolver más del 80 por ciento de los problemas de salud de la comunidad.
"Vivía allí, en un típico consultorio, por ende, no había fines de semana libres ni feriados. Eras el doctor desde que abrías los ojos hasta que te acostabas. Y aquello fue una escuela rigurosa que puso a prueba no solo conocimientos académicos, sino también la real disposición para dedicar toda la existencia para servir a los demás.
A pesar de lo intrincado de aquel paraje, la hospitalidad de la gente salvó las distancias y resultó una etapa fecunda que al final sí se sintió como un premio.
"Después, como parte del Programa de Excepcional Rendimiento, viajé a Guatemala con un grupo de compañeros. Ya pesaba la experiencia adquirida en Guantánamo, pero igualmente íbamos sin todos los 'recursos', y a punto de enfrentarnos con situaciones que exigirían mucho más de lo que uno llevaba en la mochila.
"En un abrir y cerrar de ojos estaba en Nebaj, zona montañosa donde más del 95 por ciento de la población era indígena y confluían muchos dialectos, estilos de vida diversos, creencias variadas, en fin, una mescolanza étnico-cultural que desde el punto de vista sanitario constituyó un reto gigante.
"Desde acá, a veces se ignora cómo trabaja y vive el médico que está de misión. Uno lo cuenta, pero siempre omite detalles a la familia para evitar las preocupaciones. En Guatemala lo hicimos en condiciones muy difíciles. Teníamos planes semanales en distintas aldeas, a la par guardias médicas y se presentaban numerosas urgencias.
"En ese momento resultaba obligatorio hacer la especialidad de Medicina General Integral (MGI). Recuerdo que la mayoría de las complicaciones con las que tuve que lidiar eran de Ginecología, debido a malos manejos de las comadronas o de la inviabilidad de la posición del feto. Perdí la cuenta de la cantidad de partos que asistí.
"Y saliendo de la guardia había que agarrar la mochila, echar la comida de una semana, los papeles y aguardar a que el facilitador te llevara en su motor a alguna aldea, caminar por la selva, dar consultas ahí hasta que caía la noche, dormir en el lugar y al otro día con el alba seguir a otra aldea y luego a otra más…
LOS SENDEROS DE LA CARDIOLOGÍA
Maikel regresó a Las Tunas como especialista en MGI, pero dispuesto a buscar otra disciplina que se pareciera más a las expectativas que ya lo movían. Comenta que, en un primer instante, por cuestiones familiares de salud, se inclinó por la Nefrología; sin embargo, enseguida supo que sería cardiólogo.
"Lo que más me gustó de esta rama es que se logra un manejo integral del paciente, hay que correlacionar la fisionomía con el corazón. Recepcionamos a los que están graves y podemos ver su evolución completa, lo acompañamos en todo el proceso.
"Mi formación, te cuento, fue grata. Hasta entonces los residentes de Cardiología de la provincia se capacitaban en Holguín o La Habana, pero junto a un colega con el que compartí parte de mi superación académica y que en lo personal es un gran amigo, hicimos la especialidad aquí y fuimos los primeros graduados en el terruño, en el 2010.
"Por supuesto que nuestro entrenamiento incluyó el fogueo en los cardiocentros del país, mas, en suelo tunero nos acogió un colectivo con experiencia asistencial y docente. Es una etapa que rememoro con mucho cariño. A veces pasaba de la medianoche y en la guardia yo andaba con un equipo viejo de ultrasonidos para aprender a hacer ecos. Apenas dormía, había que estudiar y estudiar…
"El primer marcapasos que coloqué sin otra figura experimentada cerca es algo que no se me borra, siempre asumí el rol con la responsabilidad de que tenía en las manos el corazón de alguien y eso no lo hizo más sencillo; sin embargo, ayudó a aceptar la profesión con sus dimensiones exactas".
LAS REFERENCIAS BIEN GANADAS
La sala H-4 también cuenta su historia. Las 18 camas de la Unidad de Cuidados Intensivos Coronarios (UCI) lo reciben bien temprano cada día, y allí no se mueve una hoja sin que el doctor Maikel sepa por qué.
En dos períodos ha sido el jefe de Cardiología y desde el 2010 conoce el universo local, matizado de cardiopatías isquémicas, arritmias, afecciones valvulares y demás patologías, un desafío que ante la escasez de fármacos e implementos médicos se acrecienta.
A pesar de estas cuestiones objetivas, el servicio hoy muestra una tasa de mortalidad por infarto en el ámbito hospitalario por debajo del 12 por ciento, índice de referencia de Salud Pública en Cuba y el mundo.
Destaca, en sus predios, la supervivencia por encima de un 94 por ciento, con énfasis en las personas con infarto agudo de miocardio, que constituye la principal causa de muerte.
Para beneplácito de la institución, en los últimos cinco años un grupo de indicadores descienden, entre ellos, las tasas de reingreso y el incremento asistencial, a partir de la incorporación de técnicas como la ecocardiografía, el monitoreo de presión ambulatoria y la realización de pruebas ergométricas.
Otra cuestión positiva es el ciclo cerrado en la hospitalización como parte de la atención al paciente que se ingresa con una afección aguda o grave, y que luego egresa con seguimiento mediante consultas especializadas, en dependencia de la patología. No se le pierde la pista.
Desde el 2007, el servicio de Cardiología en el territorio inició la docencia y en el 2019 la Junta de Acreditación Nacional la decretó como especialidad certificada.
Entre los pocos de su tipo en la Isla, el ente tunero avala que los profesionales tengan un reconocimiento más allá de fronteras y ya ha formado a cardiólogos de países como Nigeria y Mali.
En este 2023 ese espacio asistencial cumple 20 años, dos décadas que han marcado la suerte de Maikel. Como autoridad allí, comenta que su jerarquía se dirige a aglutinar al colectivo, moldear a médicos, enfermeros, residentes, con el fin de lograr una atención de excelencia, haciendo énfasis en las particularidades de cada persona. Asegura que la mejor manera de exigir es dar el ejemplo, lo cual ha sido su clave del éxito.
Mientras, la demanda crece. Alrededor de 60 enfermos llegan a la "H-4" cada mes, unos 240 acuden anualmente con infarto agudo de miocardio y otros 200 con anginas inestables y cuadros cardiovasculares, todos agudos.
ÁRBOL DE HONDA RAÍZ
Delimitar el accionar de mi entrevistado a unas simples cuartillas resulta imposible. Falta tanto por decir… es el único doctor en Ciencias Médicas con que cuenta la provincia; forma parte, junto a un "puñadito" de cubanos, de la American College of Cardiology, sociedad más prestigiosa del mundo en su rama...
Actualmente, opta por el Premio Anual de Salud en Las Tunas con su investigación para crear y validar una escala predictiva de muerte hospitalaria en los pacientes con infarto agudo de miocardio. Para ello se vale de siete variables que pueden modificar los indicadores con tratamiento diferenciado a los enfermos de alto riesgo.
Este estudio lo defendió también en el 30 Congreso Interamericano de Cardiología efectuado en Panamá en el presente año.
El servicio que lidera es iniciador desde el 2017 del Registro Cubano de Infarto de Miocardio Agudo (Recuima), con el objetivo de crear una base de datos que permita definir cómo evolucionan los pacientes; ya cuenta con más de tres mil casos en su universo de estudio.
Santos Medina estuvo al frente de la misión cubana en Laos entre el 2013 y el 2015, de allí también guarda recuerdos que alentaron sus pasos. Aunque deja claro que el reto mayor que le ha tocado está en el presente, en su día a día, haciendo frente a una especialidad que labora hoy con el personal mínimo indispensable porque, como en otros campos, se sienten las ausencias a causa de la migración y "duele cuando se trata de gente brillante y hay que empezar de nuevo a formar médicos.
“La Cardiología tiene demandas muy caras. Un marcapasos, por ejemplo, cuesta alrededor de dos mil dólares. Y a la provincia nos llegan anualmente un centenar, pero no dan abasto. Otra cuestión que nos golpea es la falta de fármacos. Los cardiópatas requieren medicación constante y nos sucede que a veces tenemos que adecuar los tratamientos y bajar dosis porque no podemos garantizar su cobertura total".
Habla con toda sinceridad desde su lado izquierdo del pecho. Igualmente cuando asegura que les enseña a los suyos que deben ponerse en el lugar de los pacientes, dar explicaciones y acompañar desde los afectos pero, sobre todo, que hay que estudiar para salvar vidas.
Comparte su existencia con otra doctora y acaricia la idea de que algún día puedan ampliar la familia. Repite varias veces el término inexorablemente y lo acuña en cada ocasión. Me queda clara su exigencia y lo que trasciende por encima de la bata blanca. Cuando le inquiero por su futuro es contundente. Para suerte de los tuneros, solo alega: "Yo me sigo viendo aquí".