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Las Tunas.- Dicen que el 20 de noviembre, o quizás antes, será el “Día D”, la “Hora H”; el momento a partir del cual se desplomará “el régimen” que, aseguran, está en sus últimas. Creen tenerlo todo dispuesto: el escenario, los personajes de reparto encargados del trabajo sucio y el protagonista, preparado concienzudamente durante años.

El caldo de cultivo para la explosión, dicen, es el descontento y la apatía. Celebran sin recato que los vecinos de enfrente no hayan movido un dedo para flexibilizar siquiera en sus cuestiones más superficiales el asedio económico al país. Se alimentan también de los efectos que sobre el proyecto revolucionario cubano tienen las “retrancas” de una burocracia temerosa de perder sus parcelas de poder y que disfrazada de ultraizquierdista pone freno a la actualización de los engranajes económicos de la nación.

Apuestan por quienes se han encerrado en una especie de bucle temporal, dentro del cual no cabe otra cosa que no sea el fracaso del socialismo como sistema, aunque en realidad no sepan qué vendría después. Para demostrar su tesis les sirve prácticamente todo: un pelotero que abandona su equipo en medio de una competencia o un artista temeroso de perder fama. Los instrumentos son igual de diversos: un videoclip elevado artificialmente por mecanismos de difusión transnacionales, o anuncios colocados en grupos de plataformas digitales que hasta ayer se decían “apolíticos”, porque se dedicarían, por ejemplo, solo a los anuncios de compra o venta de mercancías diversas.

Siguen hurgando en la inconformidad en pos de escalar hacia lo que creen será el instante definitivo. Primero construyeron la base capitalizando las inquietudes de algunos artistas; luego pretendieron erigirse en “interlocutores de oposición”; más tarde edificaron su legitimidad con la “espontaneidad” de los desórdenes violentos del 11 de julio. Ahora, cual remedo de estilos típicos de la Guerra Fría, aseguran ir por la protesta “no violenta” y elevan a rango de líder a un Yunior García instruido y financiado por años por las escuelas de destrucción de las experiencias socialistas europeas de la década de 1980.

Pretenden encerrarnos en la discusión tramposa del derecho a la protesta callejera para eludir lo que aquí está realmente en juego: si los revolucionarios estamos dispuestos a permitir que la contrarrevolución logre con nuestro inmovilismo lo que no pudieron con mil mercenarios, ni bandas de bandidos o leyes extraterritoriales de asfixia económica.

No hay un ápice de ingenuidad en una exhortación a manifestarse alrededor de una “libertad” o un “cambio” convenientemente desprovistos de todo contenido. La ambigüedad les conviene, porque oculta sus aspiraciones de supeditarnos de facto o de jure a la política de los Estados Unidos; esa que más temprano que tarde y bajo el manto de la “racionalidad económica”, establecería aquí disposiciones destructoras de las conquistas sociales que costaron la sangre de nuestros padres y abuelos.

Aspiran, no lo duden, a colocar en el poder real a ese sector pretendidamente “ario” de los estadounidenses de origen cubano que, con más o menos disimulo, desprecian a los perdedores en la selva del ascenso capitalista o a quienes no tienen la piel blanca; por más que se proclamen demócratas e inclusivos.

Su proyecto de país, como lo es su llamado al desorden, no es por naturaleza libre ni emancipador, ni mucho menos martiano; todo lo contrario. Ellos no podrán nunca comprender a qué se refería el Apóstol que tanto invocan cuando expresó su deseo de que la ley primera de nuestra República fuera el culto de los cubanos a la dignidad plena de hombre.

Ser plenamente dignos jamás podrá implicar entregar los destinos de la nación a una industria del mal intrínsecamente violenta por más que se vista con los ropajes de la “lucha cívica”, mientras atizan el fuego de los linchamientos en las redes sociales… y en la calle.

El 20 de noviembre será el Día Nacional de la Defensa, no solo porque marque la culminación de la ejercitación del esquema defensivo del país. También porque ese día, o cualquier otro, debe ser el impulso para señalar, advertir y, por qué no, objetar, todo aquello que debilite a la institucionalidad revolucionaria; esa que debe ser más del pueblo, de la Revolución, del socialismo, de la democracia. Comprendamos de paso el rol de la sociedad civil y los nuevos actores económicos en la construcción de un país que conquiste la mayor justicia y prosperidad posibles.

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