no a la violencia

Las Tunas.- De la mano de una profunda crisis económica, como la que vivimos los cubanos, es inevitable que en la sociedad se abra paso un complejo trance social y, como consecuencia de él, dilemas tales como la violencia, el robo y otros lastres afloren y se hagan más evidentes.

Eso aseguran los expertos. Y el que anda por estos días en las calles de Las Tunas, o sumergido en lo que se publica de estos temas en las redes sociales, tiene muchos motivos para confirmar tamaña realidad.

La nota más terrible nos llegó esta semana desde Maniabón, con el asesinato de un menor. Un suceso que, por sí solo, genera repulsión, estupor y una profunda tristeza. Y preguntas como ¿qué nos está pasando? o ¿adónde iremos a parar? se entronizan en el imaginario colectivo con la misma fuerza que el sentimiento de solidaridad infinita con los familiares y amigos del pequeño.

El suceso es, indudablemente, lo más terrible que hemos conocido, pero no lo único. Ayer presencié una pelea entre dos muchachas adolescentes, en plena calle, que acabó con una bofetada despampanante y la sonrisa de quienes, también vestidos con uniforme de Secundaria Básica, las acompañaban.

Pululan jóvenes solos a altas horas de la noche, y más de uno llega a los policlínicos en la madrugada para, con ayuda de los galenos de guardia, salir airoso de alguna borrachera.

Los padres por estos días repetimos hasta el cansancio frases que estrujan el alma: “No se saca el celular en la calle”, “se saluda poco a los extraños”, “la cosa está mala”, “de la escuela para la casa, sin chistar”.

No estamos los cubanos acostumbrados a vivir así, con miedo al otro, al espacio de fiesta, a recorrer el barrio aunque la noche esté cerrada y se escuchen apenas los ruidos que la hacen especial. Pero, es claro ya, vivimos una época difícil.

Por supuesto, la solución ideal sería lograr que no existieran los escenarios de violencia, eso es una deuda pendiente de la sociedad desde hace demasiado tiempo; porque este flagelo terrible se ha mantenido en los últimos años con una especie de “bajo perfil”, pero nunca ha dejado de estar, no ha salido de la nada.

A juicio de esta reportera la raíz del problema radica, en no pocos casos, detrás de la puerta de casa y, por mucho que hagan la Policía y las autoridades competentes, poco se podrá conquistar, a largo plazo, si esa célula fundamental que es la familia no encauza sus derroteros y se entronizan acciones verdaderamente trasformadoras en ese sentido.

Por supuesto, la solución dista mucho de ser fácil o a corto plazo; no alcanza la atención a lo marginal, en los barrios y otros espacios de socialización, sino se acompaña de una mirada integral que no siempre estamos en condiciones de dar; bien sea por las propias carencias materiales o por el desconocimiento de quienes tienen la responsabilidad (nada despreciable) de transformar, a fondo, el entorno comunitario cubano.

Lo cierto es que, en un país como este, acostumbrando a grandes batallas, no se pueden dejar a un lado en el debate público estos temas. No basta con hacer, hay que decir y estar pendientes desde todos los sectores porque siempre surge algo más que podemos impulsar, juntos.

Fomentar el interés por la cultura desde las instituciones (donde quizás no tengamos todo el papel de colores o los instrumentos musicales que hacen falta, pero sí podemos organizar más encuentros de baile, por ejemplo), rebuscar en los intereses de quienes rondan los parques y proponer actividades concretas, dirigidas a ellos desde lo que les gusta, lo que aman, lo que sueñan, son elementos que no pueden quedar en un segundo plano.

Toda fórmula es válida para encontrar resortes que ayuden a desterrar este flagelo, algo terrible que, si bien se ha hecho mayor en medio de la crisis, está, desde hace mucho, lastrando lo mejor del alma cubana. 

 

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