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Las Tunas.- Todavía no se habían enfriado los cañones de la Guerra de los Seis Días de junio de 1967, mediante la cual los israelíes ocuparon todos los territorios palestinos, y a Isaac Deutscher le preguntaron si estos habían tenido alguna vez la oportunidad de establecer relaciones normales o al menos tolerables con los árabes.

¿Han tenido esa opción? Le inquirieron los reporteros del New Lefti Review. La respuesta del periodista, historiador y activista político comunista polaco, de ascendencia judía, cobra relevancia, de nuevo, con la escalada del conflicto palestino-israelí, esta vez en Gaza. Deutscher, por cierto, moriría menos de dos meses después de que vieran la luz estas palabras.

“A pesar de todo, dijo, yo creo que los israelíes tenían otras opciones. Permítame que le cuente una parábola con la que en una ocasión traté de ilustrar este problema a un público israelí:

“Un hombre saltó por la ventana del último piso de un edificio en llamas donde habían perecido varios miembros de su familia. Salvó la vida, pero cayó sobre una persona que estaba abajo y le rompió los brazos y las piernas. El hombre que saltó por la ventana no tenía otra opción, pero fue el causante de la desgracia del que se rompió las extremidades. Si ambos hubieran actuado racionalmente, no se habrían hecho enemigos. El que escapó del incendio, una vez repuesto, había tratado de ayudar y consolar al de las extremidades rotas, y este podría haberse dado cuenta de que era víctima de unas circunstancias que escapaban al control de ambos.

“Pero veamos lo que sucede cuando la gente se comporta irracionalmente. El hombre herido culpa al otro de su accidente y promete hacérselo pagar. El otro, temiendo la venganza del menos válido, le insulta y le pega cada vez que se encuentran. El que recibe los golpes jura vengarse y de nuevo vuelve a ser golpeado. Esta encarnizada enemistad que comenzó por puro capricho se va recrudeciendo y llega a amargar a los dos hombres y a condicionar toda su existencia.

“Luego -siguió contando Deutscher-, les dije a mis oyentes israelíes: estoy seguro de que ustedes, los supervivientes de la comunidad judía europea, se reconocen en el hombre que saltó por la ventana de la casa incendiada. El otro personaje representa a los árabes-palestinos que han perdido sus tierras y sus hogares (…).

“Están resentidos. Solo pueden contemplar su tierra natal desde el otro lado de la frontera. Los atacan a ustedes por sorpresa. Juran tomar venganza, ustedes los vapulean despiadadamente, han demostrado que saben hacerlo muy bien, pero, ¿qué sentido tiene todo eso?, ¿y a qué puede llevar?

“La tragedia de los judíos europeos y las masacres en los guetos son responsabilidad de nuestra civilización burguesa occidental, de la que el nazismo fue su hijo legítimo, aunque degenerado. Pero los árabes han tenido que pagar el precio de los crímenes cometidos por Occidente contra los judíos, y siguen pagándolo porque, movido por la conciencia de culpa, Occidente respalda a Israel y se pone en contra de los árabes. Por su parte, Israel se ha dejado sobornar y engañar muy fácilmente por el dinero con el que el Occidente pretende lavar su conciencia.

“Los israelíes y los árabes podían haber entablado una relación racional si Israel lo hubiera intentado, si el hombre que saltó desde la casa en llamas hubiese tratado de hacer amistad con la víctima inocente de su caída. Pero las cosas no han sucedido así. Israel ni siquiera ha reconocido que los árabes tienen motivos de queja. El sionismo se propuso desde sus inicios crear un estado exclusivamente judío y no tuvo el menor reparo en echar del país a sus habitantes árabes.

“Ningún gobierno israelí ha realizado un intento serio de aliviar o remediar el problema de los árabes. Se niegan, incluso, a analizar la situación de la multitud de refugiados si previamente los Estados árabes no reconocen al Estado de Israel, es decir, si los árabes no se dan por vencidos en el terreno político antes de iniciar las negociaciones. (…) A primera vista, el conflicto árabe-israelí no es más que un enfrentamiento de dos nacionalismos rivales, atrapados ambos en el círculo vicioso de sus exageradas e hipócritas ambiciones.

“Desde la perspectiva del internacionalismo abstracto, sería muy fácil condenar a los dos por reaccionarios y despreciables, pero esa perspectiva no tiene en cuenta las realidades sociales y políticas. El nacionalismo de los pueblos que habitan los países coloniales o semicoloniales y luchan por la independencia no es equiparable ni moral ni políticamente al nacionalismo de los conquistadores y opresores. El primero tiene una justificación histórica y un aspecto progresista, el segundo no. Es evidente que el nacionalismo árabe pertenece a la primera categoría y el israelí no”.

Lo que ha ocurrido desde entonces lejos de restarle valor, refuerza estas reflexiones, especialmente, cuando uno lee sobre el supuesto “derecho a la defensa” del régimen sionista; postura defendida por más de uno también entre nosotros.

En las décadas que siguieron a las palabras de Deutscher, progresivamente los Estados árabes se dieron por vencidos una y otra vez y fueron reconociendo la existencia de Israel: pero ni así las sucesivas administraciones de Tel Aviv cambiaron su postura. Salvo la honrosa excepción del primer ministro Isaac Rabin, que tras ser un héroe del sionismo pagó con su vida su propósito pacificador a mediados de la década de 1990.

Con el tiempo veríamos el fracaso también del nacionalismo árabe, pero lo que siguió, el fundamentalismo islámico, solo vino a empeorar las cosas. Un extremismo que, por cierto, se benefició del apoyo no tan tácito de los servicios de inteligencia sionistas, en tanto les permitió dinamitar los cimientos del laicismo árabe.

Lo que sí no podemos, y en eso Deutscher sigue teniendo razón, es dejar de tener en cuenta que todo comenzó cuando un hombre saltó por la ventana del último piso de un edificio en llamas… Sin olvidar que los judíos fueron empujados a Palestina para lavar la culpa de los europeos por siglos de antisemitismo y que terminó cobrándose por cuenta de otros pueblos semitas como los árabes. Pero mientras no se rompa ese círculo vicioso de barbarie no habrá paz justa y duradera en el Oriente Medio, ni en ninguna parte.

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