Las Tunas.- En la quietud del cementerio Vicente García, Yilber Ramos Parra es un sepulturero que desde hace más de una década es testigo de la despedida final. Un oficio que nació de la oportunidad y que convirtió en vocación.
"Entré como ayudante particular, un día el administrador me preguntó si quería ser sepulturero; no dudé y di el paso al frente; hasta hoy no me arrepiento".
Para algunos resulta una tarea de "poca monta" y que nadie quiere ejercer, ya sea por prejuicios, o porque lo ven como un lugar lúgubre a donde solo vas cuando te llega la hora.
Pero, para quienes trabajan bajo el sol y entre lápidas, es una labor honorable cuidar el último espacio de cada persona, brindar un trato digno a los fallecidos y a sus familias, así como acompañar su dolor y ofrecer consuelo en medio del sufrimiento.
"Ser sepulturero exige valores como el respeto y la empatía. Es un trabajo que requiere responsabilidad y compromiso, donde conoces a muchas personas que llegan con el dolor a flor de piel, en su estado más humano y uno a veces no puede hacer la vista gorda e intenta entre las lágrimas sacar una sonrisa".
Yilber vivió momentos difíciles durante la pandemia de la covid-19, período que con el aumento significativo de muertes, recuerda como intenso.
"Enfrenté situaciones que pusieron a prueba mi fuerza física y mental. El miedo a la enfermedad estaba presente en el ambiente, pero la entrega de guantes y nasobucos fue crucial para protegerme y continuar mi labor.
"Por desgracia, en ese tiempo fallecieron dos compañeros de trabajo con los que compartía desde mis inicios. Vi a hijos llorar por sus padres, sus abuelos, algunos desconocidos, otros no tanto. El dolor que uno siente al despedir a los suyos no tiene precedente.
"Siempre hay un familiar que en medio de su pérdida reconoce tu trabajo y lo agradece, esos pequeños gestos y palabras motivan. Mi objetivo es poder transmitir a nuevas generaciones la pasión por este oficio y del cual me siento orgulloso".
En el cementerio, Yilber encontró, más que un empleo, un propósito, una forma de servir a su comunidad. No solo prepara el descanso final, también ofrece un último acto de compasión, una despedida digna y una palabra de consuelo. Su trabajo es importante, y aunque la sociedad a veces lo olvide, sus manos curtidas hacen posible que el ciclo de la vida continúe.