Las Tunas.- Aleida Best viene de un tiempo pasado. Cuando se habla con Elda, como la llaman viejos amigos o Eldika, como la inscribió su madre; una siente bullir las raíces de la nación y ese ajiaco del que habló Fernando Ortiz adquiere rostro y voz. Su piel de ébano refleja la esencia vigorosa de una mujer marcada por su condición de negra, pobre e hija de un inmigrante barbadense en la seudorrepública cubana de los años 40 en los que nació.
"Mis raíces son dobles, la de mi padre, que era de Barbados y vino a Cuba a dejar sudor, sangre, lágrimas y su simiente en este país; y, por la parte materna, soy nieta de Juan Rivero, el práctico de Calixto García en la toma de Las Tunas". Dicho esto, Aleida exclama: "¡Imagínate, qué puede salir de esa unidad caribeña que nos conmueve y nos hace cada vez más fuerte!".
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Con 75 años cumplidos, la hija de Joseph Nattaniel y Angela Rivero no puede separar quién es hoy de quién fue, y aunque se ha construido a sí misma, ella es, también, resultado de una consecución de hechos y de "la aurora floreciente del primero de Enero de 1959"; así me dice, mientras el rostro se le ilumina. Es poesía esta mujer que a los 8 años abandonó la escuela pública para trabajar de doméstica, que quedó huérfana de madre en su niñez y cuya familia ante el desenlace fatal, recurrió a la venta de la casa para costear las honras fúnebres. Así era la vida del pobre en aquella pretérita sociedad.
Hoy, mira al pasado y no puede dejar de sentir un compromiso raigal con el presente. Para poder guiar hay que ver, y Aleida ha visto mucho. A veces, para llegar a algún lugar antes hay que trazar un sendero.
"Vi a familias vivir en la pobreza extrema debajo del puente de La Feria, a otras entregar su cédula electoral a cambio de una cama en el hospital que existía, a niños morir de la llamada acidosis, a muchachas ser arrastradas hacia la prostitución… Vi la tristeza de aquella vida y también el sufrimiento de los inmigrantes caribeños que vinieron a cortar caña y a desarrollar la industria azucarera", cuenta de aquella época gris.
No le es ajena, subraya, la historia de los braceros llegados hasta estas tierras; mujeres y hombres indivisibles hoy del "ser cubano" y cuyos pueblos comparten con el nuestro una historia común de explotación y resistencia.
"Me aportó mucho apreciar de cerca sus costumbres y conocer la sabiduría de los haitianos, jamaicanos, barbadenses y de los provenientes de las llamadas islas abc: Aruba, Curazao y Bonaire. Todo eso está en el cubano y también en Las Tunas; en la identidad cultural del tunero está ese componente caribeño".
Sabe que la raíz de Cuba está en la cultura, punto de partida y confluencia de nuestros sentimientos como nación, por eso valora cada pieza de este mosaico heterogéneo, en el que no puede faltar la cultura campesina.
De ese amor a la tierra, de esa vida de desprendimiento y naturalidad también guarda evidencias. Tendría unos 13 o 14 años cuando llegó hasta la casa de los Capote-Domínguez, en el Pontón, Cauto del Paso, provincia de Granma, y, hasta la fecha, no los olvida. "Más que enseñar fuimos a aprender", dice al recordar aquella descomunal obra social y cultural que hasta allí la llevó: la Campaña de Alfabetización en Cuba.
De esa epopeya por la instrucción, recuerda, casi como si fuese hoy, el acto multitudinario del 22 de diciembre de 1961.
"'Cumplimos,¿qué otra cosa tenemos que hacer?', le dijimos a Fidel aquel 22 de diciembre y él nos respondió: 'Estudiar, estudiar y estudiar'. Ese día tuve conciencia del alcance de la Campaña de Alfabetización y de la necesidad que tenía el pueblo cubano de prepararse cada vez más. Comprendí que esa era una de las fundamentales cosas que él había declarado en el juicio del Moncada: que para desarrollar el país había que leer y escribir, había que superarse".
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Desde entonces, le declaró la guerra a la ignorancia e inició un bregar fecundo en el que, ante todo, se formó a sí misma. Lo otro fue saberse orfebre para el prójimo, lo otro fue darse. ¿La mejor manera?, el magisterio.
“Siempre he dicho que tengo dos grandes amores: el arte y la educación. Entonces me hice maestra primaria, que siempre fue un gran anhelo". Y rememora ese tiempo de estudio en Birán y cómo allí vio fructificar la semilla de una tradición pedagógica sostenida hasta el día de hoy por tantos que como ella "dan lo mejor de sí por formar a esta sociedad".
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“Y ha sido una realidad, una realidad hermosa, porque son cientos de miles los maestros que hay en Cuba", sostiene mientras habla después de una juventud creadora y útil, necesaria en estos y en cada tiempo; precisada siempre de rutas, de "anhelos, de posibles maravillas".
"Hay muchos jóvenes que han dado una respuesta hoy ante la situación que vivimos, que han ido día a día a tocar a la puerta de las casas ante este fenómeno del coronavirus. Precisamente, diciéndonos que ahora les toca a ellos el Moncada, la Sierra…, apoyando diariamente a la Revolución. ¡Esos son nuestros jóvenes! Y sobre esa base el enemigo nunca nos podrá vencer, porque tenemos corazón y tenemos que seguir fomentando ese corazón".
Tiene la seguridad de que en la infancia y la juventud está el germen del futuro, también la certeza de que en los adultos anida buena parte de la responsabilidad de que este se anuncie promisorio. "Nos corresponde a nosotros, los maestros, los profesores… seguir trabajando por legarles esos valores humanos y solidarios que necesitamos fomentar para eliminar ese odio que quieren inculcar en la mente del cubano".
Cubana y revolucionaria hasta la médula, sabedora de que no es esta una obra perfecta sino perfectible, es una convencida de que solo a los hijos de esta Isla corresponde construir el futuro de la nación. "No podemos olvidar, no podemos olvidar lo que fue antes del 59 nuestra Patria", repite acaso como testamento a las generaciones del futuro, que tienen el desafío sin par de recordar lo que nunca vivieron, para no caer, víctimas de una amnesia social. ¡Oh, la memoria, esencia de los pueblos americanos tantas veces sacrificada! Mas para Aleida no existe el olvido, Aleida sabe, y aquí está, desde aquí nos habla. Es hija de su tiempo, de las turbulencias de una época fecunda y de una juventud de innegable signo fundador.
"Tenemos que llevar en alza la bandera que nos legaron mujeres y hombres que han caído a lo largo de la historia y los que siguen luchando y día a día dan lo mejor de sí", y enumera la heroicidad cotidiana de los trabajadores de Salud y de tantos cubanos en pelea contra la pandemia de la Covid-19. Habla de nuestras esencias, de lo que alimenta el alma de la nación y de cómo esa raíz ha florecido en estos tiempos de adversidad.
"En medio de la tormenta que no se anima a escampar", Aleida confía y no deja de hacer en pos de un país mejor, llevada por una fuerza superior a sí misma vuelve cada día a la batalla por esta tierra que ama con pasión.
Comentarios
cubanía. Fidelista y revolucionaria de profundas
convicciones que merece nuestro respeto.
Gracias Aleida por tu magisterio!
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