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Las Tunas.- Dice el crítico literario Fredric Jameson que la cultura es un proceso social (…), la aureola percibida por un grupo cuando entra en contacto con otro o cuando observa al otro.

En la Grecia clásica esa magia ocurría en una plaza, en el Ágora, donde los ciudadanos debatían asuntos comunes. El iluminismo añadió los cafés, clubes y salones, devenidos puntos de encuentro de los burgueses para compartir sus ideas. En la actualidad son muchas las opciones en el orbe e, incluso, no pocas las ciudades que priorizan la gestión del espacio público en relación con la gestión cultural.

Si miramos con lupa y catalejo la Cuba de hoy observamos que todavía existen lagunas en materia de formación de públicos, hábitos de consumo, divulgación de actividades y otros apartados, imprescindibles para construir una sociedad más instruida y educada. Lo que nos lleva a preguntar: ¿Qué tipo de país queremos tener? ¿Qué tipo de ciudadanos queremos ser?

Necesitamos cada vez más vivir en un entorno en el que se respire cultura, donde se dignifique al ser humano, donde se consolide y eduque la ciudadanía, preceptos defendidos por José Martí y Fidel Castro. Algo que, por supuesto, va más allá de la vertiente artístico-literaria, es una forma de comportamiento, un modo de vida.

Apostar por ello es urgencia, derrotero imprescindible, máxime cuando vivimos tiempos complejos. Por más que se haya dicho la frase de que el arte es medicina para el alma, no deja de tener validez. Transmitir valores estéticos y humanos, alimentar la superación individual y colectiva, defender la identidad..., todo ello es garantía para el futuro.

La misma chispa que movió a nuestros artistas a ingeniar iniciativas sugerentes, en la red de redes y desde sus hogares, en momentos muy difíciles de la pandemia, debe ser siempre el timón de la voluntad, aun cuando a veces no queda otro remedio que reinventarse.

Por estos días, algunas personas -creadores incluidos- se han quejado de la desértica tristeza que inunda al Balcón de Oriente, especialmente en sus noches, a falta de una programación que privilegie diversidad de opciones culturales, salvo alguna que otra excepción.

Nuestro cine principal -el "Tunas"- reabrirá próximamente, luego de una dilatada reparación que ha llevado una inversión superior a los 64 millones de pesos. Se espera que lo haga como un complejo cultural, con opciones gastronómicas incluidas.

El "Luanda", por su parte, tuvo su reapertura hace poco tiempo y oferta servicios alimentarios, además de artísticos, con precios que oscilan entre los 20.00 y 150.00 pesos en Moneda Nacional, en dependencia de las presentaciones.

Mientras, instituciones como el Comité Provincial de la Uneac, y sobre todo, la Casa del Joven Creador, se esfuerzan por mantener su vida útil a través de peñas, tertulias, exposiciones, conciertos y otras acciones, con el protagonismo del talento local, destacándose los poetas y trovadores. Sin embargo, aún resultan insuficientes dentro de la maquinaria citadina y, además, es verdaderamente triste que, al observar los rostros presentes en el público, sean los mismos artistas en su mayoría quienes asisten a las actividades. Eso nos dice algo, ¿verdad?

La promoción sigue siendo asignatura pendiente en varios casos, limitando el conocimiento del público previo a las opciones disponibles. Si bien es cierto que se ha ganado terreno en las redes sociales, aún falta mucho por aprender sobre esta materia, en tanto por doquier nos ganan la pelea los bafles y bocinas que perpetúan la banalidad y lo superfluo.

Hay vías para promover que van más allá de los medios de comunicación, cuyas funciones son mucho más amplias. ¿Por qué no nos apoyamos con equipos de audio institucionales? ¿Por qué empleamos tantas horas en "hacer ruido" en Internet después de la actividad y no realizamos la misma "bulla" antes de su desarrollo? ¿Dónde quedaron los plegables y hojas sueltas con información interesante en sitios de confluencia de personas? ¿Informamos con tiempo a los promotores culturales de las comunidades para que contribuyan con esta función? Claro, existen excepciones.

Además, es imperioso revisar bien el engranaje a la hora de planificar presentaciones, en las cuales muchas veces se descuidan -por ejemplo- las orquestas "del patio", con la consiguiente decepción de sus integrantes, pues de ahí depende, lógicamente, el sustento personal y familiar.

Más del 95 por ciento de la programación de la provincia proviene del Movimiento de Artistas Aficionados. Eso es bueno, de ahí la raíz de toda formación, pero hay que equilibrar la balanza también en beneficio de los otros inspiradores. Todos son importantes y el pueblo los necesita a todos. Aunque distribuir el presupuesto se vuelva cubo de Rubik, es necesario.

Programación y promoción deben ir de la mano como un matrimonio feliz. ¿Cuántas citas valiosas pasan prácticamente inadvertidas o con mínima asistencia por aquello de que "no me enteré"? Eso es imperdonable. Lo he podido apreciar en varias ocasiones en la Plaza de los Recuerdos, del reparto Primero (cerca del barrio "México", ciudad cabecera), donde desde artistas locales hasta nacionales se han presentado ante escaso público.

Dijo Eduardo Galeano: “No hay ninguna fórmula mágica que te pueda permitir cambiar la realidad si no empiezas por verla como es. Para poder transformarla hay que empezar por asumirla". Es menester ganar espacios y espectadores. Si hay una escuela cerca de determinada galería, por qué no coordinar una visita de los estudiantes a la sala expositiva. Si existen establecimientos del sector privado -como cafés y restaurantes- que pudieran animarse con actuaciones, por qué no se realizan los convenios pertinentes.

Hoy se aprecia sentido de pertenencia y voluntad en la actual dirección del sector cultural tunero, parámetro determinante para potenciar transformaciones necesarias en varios sentidos. Pero no estamos hablando de un asunto de pocos, pues son cuestiones que nos atañen a todos. Y esta realidad no es privativa de Las Tunas, estoy segura de que se podrían escribir otros capítulos provinciales con similares matices.

Resultan importantes las alianzas, las mentalidades abiertas, la crítica y la autocrítica saludables, el estudio de las potencialidades de los espacios y el tipo de público, así como desempolvar tesis relacionadas, escuchar la diversidad de criterios, hacer un mejor uso de los recursos, intencionar más el trabajo con escuelas y comunidades, en fin, ser paladines de la cultura.
Acercar a las personas a expresiones dignas y autóctonas de la creación pueden salvarlas de la ignorancia, la chabacanería, la mediocridad, los símbolos extranjerizantes y otros males contra los cuales lucha nuestro país.

 

 

 

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