Cultura Escritor Eduardo Rosell 1

Las Tunas.- No hay dudas de que el escritor Eduardo Daniel Rosell Herrera (más conocido como Rosell) ha dejado ya una huella entre sus contemporáneos y se ha ganado el respeto, verso a verso, con sus poemas. Este joven autor ha sido reconocido con varios premios y con invitaciones a eventos como El Árbol que Silva y Canta, Reina del Mar Editores y la Feria Internacional del Libro de La Habana, entre otros de carácter nacional.

Según varios poetas consagrados, Rosell representa "el futuro de la décima en Cuba" y ese es un par de zapatos muy grandes para llenar. Pero si alguien puede hacerlo es él, que con solo 26 años de edad muestra un conocimiento profundo de la poesía en general. Sus textos suelen jugar con la experimentación y el análisis. Se puede decir que su poesía es distinta, innovadora, inteligente, rompedora y nunca acomodada. Rosell busca que el lector piense, analice, salga de esa zona de confort y amplíe la visión que tenía sobre la poesía o el arte en sí.

El joven escritor rompe todas las estructuras y fronteras entre géneros literarios. Amplía el alcance y uso de la poesía, mientras mantiene la belleza del texto y el mensaje. Es capaz de crear excelentes ensayos sobre cuadros y pintores famosos; también cuentos, testimonios y todo eso en verso. Es, además, un excelente crítico de su día a día y de sus contemporáneos.

El poema que comparto de este autor es un ejemplo claro de que la estructura nunca ha sido una camisa de fuerza en la poesía rimada.

Compilación del que colima

Si solo se dieran limosnas por piedad,
todos los mendigos hubieran ya muerto.
Friedrich Nietzsche

Los ojos enemigos deben ser un trofeo tan digno, como la libertad
de marcar la cruz en la derrota ajena.
¿Quién sabe el deber nos haga verlos, para así entender que nos sangran las manos?
O seguramente, encontremos más de una atadura en la satisfacción
y tal vez no entenderemos más, de lo que no nos explican.
Tan solo nos tortura la idea de aguantar sin resistirnos al cambio,
colimar, ser colimados.
Quizás, somos los últimos soldados de esta guerra.
Quizás, arrepentirnos ya no es válido, pero al repetirnos sistemáticamente
las patrañas, llegamos a dudar de las hazañas.
Aprendemos a ver bajo las máscaras, como mismo aprendimos que estas
máscaras, ocultan el dolor.
Las artimañas seguirán siendo gajes del oficio repletas de palabras trazadoras,
(palabras tan brutales)
promotoras sarcásticas del mísero ejercicio de la conformidad.
Desde un inicio monitoreamos el conocimiento, de forma tan fatal, que,
en detrimento de nuestros miedos,
brota la postrera cruz del colimador, cruel y certera,
capaz de superar el purulento sentido del placer.
Fijar la mira en la desolación es necesario, para sentir en cada comentario,
cuántos dolores guarda toda ira oculta.
Mientras tanto, se respira la predisposición del colimado, entonces
nos volvemos un tornado de incertidumbres.
Normas tan raquíticas, que meten sus narices en políticas del consumo.
Mas todo limitado se vuelve necesario cuando pesa sobre los hombros
cada cicatriz.
Pero nunca arrancamos la raíz del problema, matar o ser la presa.
Bajamos o perdemos la cabeza para sobrevivir.
No importa por qué motivo de simple espectador con sangre en nuestras manos.
Los testigos que ven los ojos de sus enemigos como medallas muertas...
El autor.

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