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Las Tunas.- Afortunadamente ya rompe el día… Se lleva los brazos al rostro, aliviada. La noche anterior estuvo insomne, entre su cama y la del niño, pendiente a la tos que no dejaba al pequeño descansar. Hubo veces que le escuchó roncar tan fuerte que tuvo que ir a vigilarle las costillas por si de casualidad tuviera falta de aire. Chequeó constantemente el aleteo en la nariz, gastó medio pomo de mentol aplicándolo en las plantas congeladas de los piecitos de su vida…

Ahora lo ve dormir tranquilo, finalmente. A unos metros, la vecina de atrás arma el fogón de leña para tostar café. Ella le advierte que espere un poco, que su niño apenas puede respirar y la otra le sugiere que lo despierte y se lo lleve al portal. En ese punto los conflictos se eclipsan.

No es raro, al menos en la periferia de la ciudad, que los cordeles de ropa tendida se impregnen del aroma del humo porque en el barrio la gente quema basura, cocina la comida de los animales, tibia agua y, en el peor de los casos, tiene un negocio de hechuras de café y debe recargar constantemente sus provisiones. Pero me atrevo a decir que el hedor es lo de menos en cualquiera de los casos.

Cierto que muchos normalizan la convivencia con las fogatas clandestinas diarias. Para quienes tienen niños alérgicos o asmáticos, la tolerancia es más difícil, máxime en estos tiempos, en los que escasean los medicamentos y en el mercado informal algún antihistamínico cuesta no menos de 300.00 pesos. Dialogar con los infractores de la tranquilidad colectiva no siempre es posible…

No se trata de ser “fino” o “delicado”, respuestas preconcebidas de los infractores. El humo entraña peligros para la vida humana y su mayor amenaza proviene de las partículas finas, por ende, microscópicas, que pueden entrar en los ojos o en el sistema respiratorio y provocar ardor en los ojos, goteo nasal, molestias que en algunas personas pueden desencadenar procesos más complejos.

Los expertos advierten que las partículas finas causan enfermedades como la bronquitis, agudizan el curso de virus respiratorios y empeoran los síntomas del asma, desencadenando ataques por la exposición prolongada. Cuando esos elementos son muy pequeños, pueden llegar a la profundidad de los pulmones y algunas hasta pueden alcanzar el torrente sanguíneo, afectando, incluso, al corazón. No es un problema menor, como algunos piensan.

No es un secreto para nadie que en la ciudad o, mejor dicho, en sus afueras actualmente proliferan varias ladrilleras ilegales que emiten humo constante a varios repartos, sobre todo, en horas de la noche. Momento en el que estás dormida, no puedes salir al patio ni evadir la contaminación. A veces ni te enteras, pero amaneces al otro día con una laringitis inexplicable, o rinitis alérgica o con un ataque de asma inducido por la irresponsabilidad y la indolencia.

¿A quién acudes en estos casos? Según varios entrevistados, cuando te diriges a la sede territorial del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente (Citma) para presentar tu queja, por aquello de que hay una violación medioambiental, te remiten al área de Salud y ahí no siempre está el personal adecuado ni afloran las mejores respuestas; algunas veces sí.

Discusiones y agresiones físicas severas (la realidad tunera recuerda, incluso, un homicidio) son resultado de cuestiones tan sencillas como entender que armar una “candela” es ilegal, atenta contra la tranquilidad y la salud de los vecinos, y suma más contaminación a ese vilipendiado medioambiente. Reforzar la inspección, el control y la legalidad al respecto sería contribuir también con el mejor desenvolvimiento del barrio.

Escribo desde afuera de la burbuja. Ya sé que la aglomeración de basura en las calles es cada vez más incómoda y a veces la fetidez y los vectores obligan a prenderle fuego; que la vida se pinta redifícil y buscarse cuatro pesos es cuestión de supervivencia, que el dinero de los ladrillos pone un plato de comida en varias mesas… Ya sé que el zapato aprieta, pero los beneficios no pueden cargarse nunca a costa de la salud de nadie, de ese modo, no puede valer la pena.

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