Alicia junto a su hijo Yandro

Las Tunas.- Cuando la vida le sacudió el vientre por segunda vez, más allá de lo inesperado, Alicia sintió una fuerza brotándole de adentro que solo pudo confundir con los antojos del destino. Pero los otros “designios” se mostraron después, sin sutilezas… Fue diagnosticada con diabetes gestacional, ya casi a los albores del alumbramiento y tras el nacimiento el anhelo de ver crecer a su hijo quedó atado, irremediablemente, a lo incierto.

Dentro de la sala, ataviada de verde, el silencio se vuelve peligroso. El reflejo de su pulso en la garganta es una carrera de mil reses en torbellino que amenazan con aplastarle el pecho. El pánico se cuela en la habitación, opaca las luces del salón de parto y, aun cuando los médicos ya le habían explicado cómo sería todo, una tristeza rara se le escapa, como ancla o atadura, y la deja inerte. Solo el llanto de Yoandro la devuelve al 2 de julio de 1995.

Con el cuerpecito en brazos, lo devastador del diagnóstico se le atora más abajo de la garganta. A causa de su enfermedad, el pequeño nace con hidrocefalia congénita, parálisis cerebral infantil y otras dolencias que afectan el sistema psicomotor y le ocasionan una atrofia muscular del lado izquierdo, que luego dejará huellas palpables en el desarrollo psicomotor.

Pero la condición médica en sí no es lo que más asusta. Alicia Pérez Rodríguez procura no hablar de lo ¿inevitable?, no quiere que nadie le sugiera que al bebé que ella mira revolverse, luchando contra los pronósticos, que siente aún ligado a su cuerpo, no lo verá crecer, sonreír… o robarle el sueño. Prefiere andar callada… confiar, asirse a la fe.

“Era un futuro incierto. No sabíamos en qué momento lo íbamos a perder y yo, como madre, lo que pensaba era en hacer todo lo posible para que el tiempo de vida que tuviese mi hijo fuese el mejor”.

A la sazón, regresa a casa con la esperanza que ve reflejada en los ojos negros de su pequeño; su otro retoño y el esposo la acorazan, así será en el futuro. Los días suelen ser largos… A los 7 meses Yoandro comienza a pronunciar las primeras palabras, al año se expresa de manera fluida; sin embargo, solo después de los 4 Alicia disfruta de los pasos de su niño, esos que creyó imposibles. Y desde entonces lo ayuda a conducirse, lo sostiene y acompaña por caminos que cada vez tiran hacia más lejos.

Sí, la quietud de los salones verdes se vuelve insoportable. Ahora el dolor no se refleja en el cuerpo de Alicia, pero de alguna manera descubre que es más agudo el padecer. Una parte suya también se tumba en la camilla y espera. El cuadro se repite con frecuencia…

Desde los 11 meses, Yoandro ha sido intervenido quirúrgicamente nueve veces, la primera para la instalación de una válvula con catéter que le facilitara la expulsión del líquido, pues en varias ocasiones sufre sangramientos y parálisis digestivas, y las demás, para aliviarle otras dolencias provocadas por la enfermedad base (hidrocefalia).

A los 7 años, el pequeño sufre una trombosis cerebral debido a las complicaciones propias de su padecimiento, la familia se asusta nuevamente ante los pronósticos, las sombras no dejan ver la luz del día, pero una vez más, regresan los cuatro al hogar.

CAPÍTULOS DE UN CRECIMIENTO

No hubo manera de refrenar los impulsos del niño, él quería aprender, era como un motor que empujaba a todos, con un deseo sobrenatural por conocer, por vivir. A los 6 años matriculó en prescolar en el seminternado Boris Luis Santa Coloma, pero a causa de sus complicaciones de salud le asignaron una maestra de la escuela especial Camilo Cienfuegos.

Entonces Yoandro transformaba el hogar en colegio y esperaba uniformado a la profesora ambulatoria que iba tres veces por semana. Alicia preparaba el material escolar y se sentaba también en el “aula” para copiar las clases del pionero, porque, en esa época, él no podía hacerlo por sí solo.

La decisión se le presentó como algo muy natural, tuvo que prescindir de su trabajo como miembro del Buró Provincial de la ANAP para cuidar a tiempo completo a su pequeño... Sería la maestra suplente, la ayudante, la compañera de mesa y la madre apasionada.

“Una vez que Yoandro terminó la Secundaria me fui a la Dirección Provincial de Educación con un nudo en la garganta, recuerdo que no podía parar de llorar. Algunos me insinuaban que no forzara al niño, que no le exigiera, pero era él quien exigía, quien no quería conformarse con menos y no aceptaba dejar de estudiar.

"Yo no sabía qué hacer. Había que ver cómo él se ponía… Estuve yendo jornada tras otra, hasta hacerme escuchar. Un día, finalmente, mandaron un equipo multidisciplinario a la casa, le hicieron muchas preguntas a Yoandro, lo escucharon hablar de todo, hasta de política. La verdad, es que lo digo con todo orgullo, él los sorprendió y lo insertaron en el Instituto Preuniversitario Vocacional de Ciencias Exactas. 

“Su alegría me conquistó. Pero yo tenía que ir cada día con él, debo confesar que hicimos una vida intensa, no solo por los rigores académicos, que yo tuve que superar con él; creamos un Comité de Solidaridad con los Cinco Héroes, el niño fue su presidente y esa obra nos marcó a ambos.

A golpe de voluntad y persistencia, Alicia lo vio integrarse a los CDR, la UJC, la Universidad y, de la misma manera, culminó la carrera de Comunicación Social, de la cual egresó con honores.

“Las fuerzas no menguaron, fue él quien me hizo la persona que soy hoy”, dice con satisfacción y de pie tras tantas adversidades.

“Quiso la suerte que yo volviera a la Universidad de Las Tunas con mi hijo, pues él se decidió por la misma carrera que yo había estudiado y la cursó en una doble modalidad, ajustada a su condición.

“Yo debía llevarlo diariamente, más algunos sábados, tuve que ayudarlo a resumir, hacer trabajados prácticos, estudiar y me convertí en su tutora. La verdad no me fue difícil y él me superó en todos los sentidos. Allí fui una alumna más y conté con el apoyo de muchas personas a las que agradezco tanto.

“Mi hijo se insertó en el quehacer científico y la investigación y con él, yo, una experiencia que antes no había vivido. La vorágine universitaria nos floreció a ambos. Se graduó con Título de Oro, ostentó el grado científico y yo, la verdad, le noto la alegría en el rostro, no puedo expresar lo privilegiada que me siento.

“Lo vi aferrarse a la vida con fuerza, eso me devolvió la esperanza y poco a poco ha rebasado muchas limitaciones propias de su enfermedad, aunque persisten numerosos cuidados que ojalá algún día desaparezcan. Unida, toda la familia ha superado los momentos difíciles y es un triunfo colectivo”.

EL SECRETO DE SU ENERGÍA

Rayando el alba, Alicia se levanta de la cama como un resorte, el aroma de la cocina despierta cada recoveco del hogar, ella prepara el desayuno y se alista para llevar a su hijo al trabajo, en la Empresa Provincial de Servicios Comunales, donde se desempeña como comunicador.

Allá lo deja, regresa a casa para encargarse de la lista de pendientes y a la tarde vuelve para buscarlo. Por más fuerte que pegue el sol o más imposible que se muestre el transporte no falta a esa rutina salvadora, previsora, nacida de un compromiso del alma, de las entrañas, de ese amor infinito de madre que sabe de las consecuencias de una caída, y teme… y protege.

A menudo, como en tantas oportunidades pasadas, es víctima de los juicios, de los criterios de quienes aconsejan que debe “soltarle las amarras”. ¡Y claro que desea verlo andar con independencia!, pero su sabiduría de madre y, la experiencia vivida, advierten que aún no es hora de desasirse, que ella tiene que cuidarlo todavía.

En la noche, cuando el cansancio desploma el cuerpo y los huesos, los pensamientos de Alicia viajan al futuro y se pierden en nuevas metas. A veces, el recuerdo de las horas más duras todavía la desvela. Rememora los salones de operaciones, donde escuchaba a su hijo pedirle que no lo dejara solo ni un segundo, que nunca se fuera. Lo ve, otra vez, exigirle que no sufra, al punto que aprendió a sangrar por dentro, “con el alma en pedazos” y pintarse una sonrisa para acompañarlo, de pie, erguida.

“Esta experiencia me fortaleció el espíritu y el carácter, pero me ennobleció el alma y la sensibilidad hacia los niños, los adolescentes o los jóvenes que tienen algún problema”, afirma con resolución esta mujer coraje, sangre y simiente. El dolor de la enfermedad de su hijo se ha vuelto superación; Alicia deja su huella de amor, Yoandro lo confirma.

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