Las Tunas.- Poco se sabe acerca de cómo era nuestro José Martí físicamente. No es un tema secundario ni frívolo. A los hombres hay que bajarlos de vez en cuando de sus pedestales y recorrerles la epidermis. Eso los humaniza en tanto los acerca más a sus seguidores.
Según personas que lo conocieron y trataron, la estatura del hombre de Dos Ríos era de alrededor de cinco pies y medio, y su peso corporal de alrededor de 140 libras. Casi siempre llevaba un bigote grueso y una fina mosca en el mentón. Su cabeza no era tan grande y desproporcionada como denota el mundialmente conocido busto del escultor J. A. Sicre.
Su nariz era recta, y sus ojos no eran negros, sino pardos, de los que dijo el pintor Federico Edelman al esbozarlos: “Color que tiene los tonos cambiantes de las olas, desde el oscuro hasta el claro, en una sensación variable de carmelita a verdemar”. Se dice que eran melancólicos y dulces. ¡Pero centelleantes y enérgicos al atacar desde la tribuna!
Enrique Collazo expresó sobre él: “Era excesivamente irascible, muy nervioso, ¡un hombre ardilla! Quería andar tan de prisa como su pensamiento, lo que no era posible. Subía y bajaba las escaleras como quien no tiene pulmones. Y vivía errante, sin casa. Sin baúl, sin ropas, dormía en el hotel más cercano, donde lo sorprendía la noche o el sueño”. Y también: “Era un hombre de gran corazón, que necesitaba querer y ser querido”.
Aunque se ha dicho que ocasionalmente fumaba, personas próximas a él lo niegan. “Y es cosa rara -admite un colega-, ya que la mayoría de sus colaboradores y hermanos de lucha eran consagrados y formidables tabaqueros”. Eso sí, era un excelente catador de licores. Su bebida preferida fue siempre el vino de Mariani, muy de moda en aquella época, con el cual cierta vez sus enemigos políticos trataron de envenenarlo.
Según contó su amigo y biógrafo Gonzalo de Quesada y Miranda, Martí dormía poco y mal. Su sueño era casi siempre inquieto y, cuando lo conciliaba, solía hablar incoherencias y agitarse de uno a otro lado. Una vez le preguntaron: “¿Y usted cuántas horas duerme?” Y contestó: “Cinco, mientras mi Patria no sea libre”.
Un colega lo retrató así: “Frágil de cuerpo, precario de salud, con una dolorosa herida inguinal de presidiario que no se le curó nunca, con su endeble estructura física, anduvo a caballo muchas leguas por Santo Domingo, se cayó y se magulló una pierna, aprendió con Gómez a disparar con arma de guerra, a usar el machete, a cortar leña, a cocinar frijoles, y, durante la tormentosa travesía marítima hasta Playitas, se le vio, remo en mano, en aquellas angustiosas horas en que puso su corazón de patriota, de hombre y de poeta a navegar rumbo a la libertad”.