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Las Tunas.- Mucho de José Martí se habla por estos días en Cuba. Y no solo porque es enero y el almanaque remite al 28, hace 167 años, en la habanera calle Paula.

Se habla con brío del Maestro también porque ciertos Clandestinos, que nunca lo son tanto, decidieron abrir el calendario embadurnando de rojo algunos de sus bustos en la capital del país. Y entonces, saltamos todos. De un lado, los que aman y fundan; del otro, los que odian y destruyen. 

Los cubanos dignos sabemos que “se metieron con el que más” y hemos salido al galope. Lo mismo atizando bríos para “cambios radicales”, que enarbolando su estirpe para “resistencia y continuidad”. Porque Martí, vital resorte de esta Revolución, es un poco de cada uno de nosotros y lo leemos desde nuestra visión del mundo.

Personalmente, considero demasiado ingenua la actitud de quienes pretenden que llamando a actos violentos al pueblo de Cuba se concreten los “cambios” que esperan sentados hace ya seis décadas. Y me parece más ingenuo aún que, los que siguen asumiendo la violencia como el camino, utilicen en la arrancada nada menos que al Apóstol.

Un hombre que organizó una guerra sí, pero cuya figura aparece generalmente en nuestro imaginario separada de las balas y asociada a la idea del bien, la igualdad, la paz, la cultura, la libertad, toda la justicia. Un ser humano alejado de las máscaras y que dijo lo suyo a su tiempo, sin alardes.

Además, están quienes consideran, y no son pocos, que es muy fácil decirles a “los cubanos de la Isla” que salgan a las calles a romper y manchar los sitios que ellos no dañaron mientras caminaban “las esquinas de la dictadura”. Y también que llaman “al combate de un picadillo de soya” que tampoco comen. Claro, Cuba se ama, lo sé, desde cualquier lugar del mundo.

Lo cierto es que, acostumbrados como estamos a convertir reveses en victorias, debíamos juntarnos y aprovechar el dilema para crecer. Y de eso, justamente, van estas líneas. Si algo me ha quedado claro entre tanta alharaca, resulta el hecho de que los hijos de Cuba tenemos muy arraigada la certeza de que José Martí es más que el 28 de enero, el 19 de mayo y el Héroe Nacional. No cabe circunscribirlo a tallas, ni visiones.

Sería muy bueno aprovechar las preguntas de los más jóvenes en medio de este contexto para atizar el conocimiento del profundo ideario martiano. Para explicarles por qué su figura es indispensable en la historia de este país y proponer un acercamiento real a José Julián, uno que escape de fórmulas preestablecidas y ayude a que cada cual se arme, desde él, de sus propios resortes.

Lo digo porque creo que constituye Martí un hallazgo íntimo, personal. Quizá porque conozco a quienes han desandado todos los niveles de enseñanza, todas las cátedras posibles y no pasan del mero conocimiento histórico. Esta es, amén de su turbia raíz, una circunstancia que ha puesto al Maestro en el epicentro de los debates de la Mayor de las Antillas.

Y no es que antes no estuviera, pero no me negará usted que, entre citas de desagravio, vandalismos y bríos, se habla más del Hombre de Dos Ríos, se husmea más en sus enigmas.

Es una excelente oportunidad para que nos juntemos a limpiar los bustos que de él están dispersos en los más insospechados espacios. A veces con yerba alrededor y pintura dañada. Igual puede ser una excusa para que crezca el presupuesto de la Plaza Martiana de Las Tunas y entonces vuelva a marcar la hora el reloj solar y el gnomon deje de ser una pieza trunca, en medio de tamaña obra de arte.

Hablamos de José Martí. Un ser humano excepcional que nos enseñó cuánto honra el acto de honrar y cómo debemos andar siempre en paso apretado, “como la plata en las raíces de Los Andes”. No fue la suya una lección cualquiera, está vigente ahora y para todos los tiempos. Y en nombre de ella, como reza la música de Buena Fe: Todo el mundo cuenta.

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