Las Tunas.- Hace unos días navegaba en redes sociales y encontré algo que me llamó la atención; un comunicador social lanzó una provocación disfrazada de broma: "Dime algo que la generación de cristal no soporte". Este comentario, que generó una avalancha de reacciones, revela mucho más que una simple chanza; destapa la hipocresía de una sociedad que critica a los jóvenes por ser sensibles, mientras ellos son los primeros en sufrir las consecuencias del mundo hostil que han heredado.
La etiqueta "generación de cristal" se ha vuelto un término despectivo, utilizado por aquellos que se aferran a un pasado glorificado, en el que la dureza y el sufrimiento eran considerados virtudes. Sin embargo, esta crítica no solo es injusta, sino profundamente cínica. ¿Acaso quienes lanzan estos juicios se detienen a pensar en las presiones abrumadoras que enfrentan los jóvenes hoy en día? La precariedad laboral y la crisis de salud mental son solo algunas de las realidades que moldean su existencia. En lugar de ofrecer apoyo y comprensión, optamos por ridiculizarlos.
La sociedad normalizó una serie de expectativas arcaicas que dictan cómo deben comportarse hombres y mujeres. Desde el machismo que exige fortaleza a los hombres hasta la idea retrógrada de que las mujeres deben ser expertas en cocina para ser dignas, estas creencias son un veneno que perpetúa el sufrimiento. Y cuando esos jóvenes se atreven a cuestionar estas normas, son descalificados como "frágiles" u "ofendidos". Esta dinámica no es solo cruel; es un ataque directo a su derecho a existir como seres humanos complejos y multifacéticos.
Es hora de desenmascarar esta hipocresía. La generación de cristal no es débil; es la única que ha tenido el coraje de desafiar dogmas obsoletos y hablar sobre sus realidades sin miedo al juicio. Hablar sobre salud mental, expresar vulnerabilidad y buscar apoyo son actos revolucionarios en un mundo que premia el silencio y la resistencia estoica. Pero claro, esto incomoda a aquellos cuya identidad se basa en la rigidez y el desprecio por lo diferente.
El verdadero problema radica en nuestra incapacidad para evolucionar como sociedad. Si bien, suele escucharse por las calles el ya trillado lemita "la juventud está perdida", pero nadie analiza la otra perspectiva. ¿Quiénes educaron a estos jóvenes?, pues bueno, esta pregunta retórica deberían hacérselas quienes se detienen a juzgarnos. Sin embargo, es crucial reconocer que todos los extremos son perjudiciales. Esta generación puede caer en la trampa del victimismo o la polarización al rechazar cualquier crítica. En lugar de fomentar un diálogo intergeneracional enriquecedor, preferimos aferrarnos a divisiones simplistas. ¿Por qué no aprovechar esta oportunidad para aprender unos de otros? La educación mutua podría ser nuestra salvación en lugar del desprecio.
La generación actual está gritando por un cambio en esa manera de "traducirnos" socialmente. Si logramos romper con estos estigmas y construir una comunidad basada en el respeto y la empatía, quizás podamos dejar atrás esta lucha absurda entre generaciones. Pero mientras sigamos juzgando y ridiculizando sin comprender las luchas ajenas, seguiremos atrapados en un ciclo vicioso que solo perpetúa el dolor.
Así que sí, llamen a esta generación "de cristal" o como quieran, pero reconozcamos también que esos cristales son reflejos de una sociedad con no pocas deudas y que esos mismos los están cortando. Enfrentémoslo, la ignorancia nunca ha sido opción.