Las Tunas.- Rafael Montero Toranzo, Montero para familiares y amigos, nació el 21 de agosto de 1961 y vivió hasta los 42 años de edad en la calle Antonio Barrera número 131, entre Cuba y Martha Abreu, en el reparto Buena Vista, muy próximo a la línea del ferrocarril, en esta ciudad. Y, “como a todos los muchachos del barrio, me encantaba ver el paso de los trenes por ese ramal”, recuerda.
Lo cuenta ahora y le atribuye su fascinación por estas máquinas a tal proximidad y a las emociones que le despertaba en su imaginación infantil el contacto de las enormes ruedas con los rieles, la cadencia, los chirridos… Asegura que desde entonces le obsesionaba la idea de montar y conducir una locomotora. Y lo logró.
Claro, a esa edad no imaginaba la responsabilidad que implica la profesión, el sacrificio, la separación familiar por horas y hasta por días; sin embargo, después de conocerlas no renunció a su afán y en 1989 se incorporó a la plantilla del colectivo de Vía y Obra.
“Nada de montar locomotoras, pero estaba más cerca y seguía disfrutando como en la niñez las maniobras, la estridencia…”, dice, sonríe y comenta que “ahí el trabajo es muy duro”. Durante tres calendarios sudó a “chorros” en los cambios de pesadas traviesas dañadas, calzando y alineando rieles, chapeando…, “haciendo lo que hiciera falta para garantizar el tránsito y la llegada segura de los trenes a su destino final”, enfatiza.
Se portó valiente, obstinado y nada le hizo cambiar de idea. De sus casi ya 64 años le ha dedicado 35 a diversas actividades del gremio con reconocidos resultados que coronan la entrega. Se ha convertido en símbolo para los trabajadores ferroviarios, que este 29 de enero celebran su Día.
Como sus compañeros, enfrenta numerosos obstáculos: falta de piezas de repuesto, combustibles, lubricantes… para cumplir, como quisieran, las complejas misiones que tradicionalmente han asumido -y asumen- en el trasiego de mercancías, de pasajeros y de otras cargas, en una isla estrecha y larga, donde debe reinar esta económica modalidad.
Después de ocupar disímiles responsabilidades: jefe de patio y conductor de la máquina en esa área, y auxiliar de conducción en el viajero de Manatí, un oficio que realizó durante 17 años, por fin ascendió el peldaño deseado: conductor, que “es el máximo responsable de la tripulación”, afirma mientras cuenta anécdotas de cómo ha afrontado el encargo.
MONTERO, EL CONDUCTOR
“El conductor tiene que estar pendiente de todo, sin descuidar ningún detalle del itinerario, la salud física y mental de sus compañeros de equipo, la alimentación, el descanso, la disciplina, la puntualidad…”, y en esas gestiones lleva ya más de tres lustros.
Ahora Montero anda al frente de la tripulación del coche-motor 4141, uno de los que circula como tren urbano por la periferia de la ciudad. Piensa en la utilidad de esta opción para el pueblo y en el ingreso salarial de sus colegas; y cuenta: “Hace ya un año que está roto y desde junio pasado llevamos el diferencial al capitolio de Delicias, taller del sistema en la provincia, y todavía no han resuelto el problema que tiene en el rodamiento interno”, lamenta.
“Uno extraña ese servicio tanto como la población, pero resolver tal dificultad no está en nuestras manos”, comenta y refiere que desde entonces ellos -la tripulación- no han abandonado ese medio. “Le damos vueltas, revisamos su estado de conservación y esperamos con ansias volver a la vía”.
LA FAMILIA, LAS AUSENCIAS…
Montero afirma que trabajar en la transportación de cargas y de pasajeros es “algo muy bonito. Tiene sus particularidades, pero cada vez que uno sale y llega a su destino a tiempo, sin problemas, siente una satisfacción tremenda”.
Esas actividades, cuando son fuera de la provincia, entrañan sacrificios que solo ellos sienten en carne propia.
“A veces implica la separación familiar por varios días”, y habla de fines de año esperando cargar en puerto Carúpano y de otras fechas significativas en los patios de Pastelillo, en Nuevitas, Camagüey; y de estancias en Cienfuegos y Santiago de Cuba por dos semanas para recibir la carga.
Aunque “la tripulación llega a ser una extensión de la familia, a la otra, la de sangre, se extraña mucho, principalmente en fechas especiales, de conmemoración, en las que casi siempre estamos juntos. Pero si el deber manda hay que cumplir. Y en eso tengo todo el apoyo, lo que me da tranquilidad.
“Porque sabemos cuándo salimos, no cuándo regresamos. Esa es mi sentencia de despedida en la casa”, alega y tamaña realidad exige una retaguardia segura.
EXPERIENCIAS AMARGAS Y RESOLUCIÓN
En estos años no ha tenido accidentes atribuidos a incumplimientos de las normas que rigen el desempeño, pero “sí hemos sufrido situaciones desagradables, incluso, la pérdida de la vida de personas, que es algo lamentable y doloroso. Esos casos siempre son clasificados como peatonales, porque han sucedido por descuidos, negligencias de las víctimas”, confirma y detalla cómo tales vivencias han incluido reacciones violentas de las familias afectadas.
Al margen de las duras y exigentes faenas, de momentos dolorosos, de distancias y añoranzas, de su edad casi en los límites de la jubilación, además de las exigencias físicas y mentales, Rafael Montero Toranzo confirma que no ha pensado en el retiro.
“Si mis capacidades ya no me permiten seguir como conductor buscaré, aquí mismo, otra cosa que pueda hacer, porque de los ferrocarriles no me alejo hasta mi último aliento”.