Flor foto Las Tunas.- El que conoce a Flor Santiesteban sabe que no iba quedarse quieta ante la Covid-19. No lo ha hecho nunca. Ni en los años más duros del Período Especial, ni en los días terribles del paso del huracán Ike, cuando se halló, con unos pocos lugareños, cerca del mar; ni tampoco ahora, que este dilema de salud le planta el reto de hacer más por la alimentación de la población de La Herradura.

Entre ese pueblo de pescadores y el barrio El Canal, en el municipio de Jesús Menéndez, pocos tienen más kilómetros recorridos que ella. Es capaz de andar a oscuras por esos vericuetos, porque detrás de cada puerta, ante cualquier susto, alguien la reconocería. Flor ha dedicado su vida al trabajo de la gastronomía por esos parajes y ahora, no puede ser diferente.

Conversamos a través del teléfono y siempre tuve claro que mis preguntas deberían, por fuerza, ser directas, precisas. Ella no tiene demasiado tiempo libre como para hacer tertulia.

“Somos cinco trabajadores los que nos mantenemos en El Ranchón de la playa La Herradura. Te puedo asegurar que ahora mismo nadie tiene un puesto de labor definido. Hay que hacer de todo y estar trabajando el tiempo que sea necesario cada día.

“Comenzamos a ofertar un módulo que incluye croqueta, hamburguesa y dulce para la población de Laguna Blanca y La Herradura de manera mensual. Para eso contamos con el coche del área y el apoyo de los dirigentes y los vecinos del consejo popular para el traslado de los productos, que está entre las prioridades. La intención es que no demoren más de cuatro horas los surtidos elaborados en ser distribuidos”.

Escucho su voz fuerte dándome detalles de muchas cosas. Repite de memoria la cantidad de núcleos y consumidores de las bodegas de Laguna Blanca, Guayacán, La Herradura y otras zonas aledañas. También me habla de los 14 abuelitos del mercadito comunitario de esa playa, a quienes les garantizan almuerzo y comida.

Agradece que no le falte el recurso. Y un día es huevo, otro salchicha, picadillo o pollo; pero siempre hay algo para hacer y ponerles en la mesa. Igual narra de cuánto ayuda la dulcería que tienen en el lugar, la misma a la que muchos no apostaban antes. Ahora el módulo puede incluir dulces criollos y, aunque los hacen en cantidades pequeñas, buscan la forma de que no se detengan.

Y ya sustituyen una materia prima por otra y apuestan a endulzar con miel, que es más fácil de conseguir, haciendo un esfuerzo y tocando la puerta correcta.
Todo, lo que sea posible, para que entre el olor a salitre y el arrullo del mar en ese barrio de pescadores al norte de Las Tunas, la Covid-19 siga siendo cosa de noticieros y anécdotas de familia. 

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