Frank con naso

Las Tunas.- A Frank Enrique Romero lo conocí de pura casualidad. Alguien me habló de su trabajo y sirvió de intermediario para pactar la entrevista. Una cita a la que él, a pesar de mi insistencia por teléfono, llegó tarde.

Y no fue ese el peor inconveniente de nuestro diálogo, porque, apenas verme, dijo: “Periodista, solo cinco minutos, porque tengo demasiado trabajo, no hay para más”. Y entonces, me desarmó.

Recuerdo que fue a fines de noviembre en una de las pocas tardes de lluvia que tuvimos los tuneros por esas fechas. Y, aunque pareciera que ha pasado demasiado tiempo, traigo su historia hasta 26 porque, ante el alza de casos de Covid-19 que hemos tenido en este tercer rebrote, no dejo de pensar en Frank Enrique.

Y es que, si bien no lo he vuelto a ver, constantemente me pregunto, ¿tendrá por estas fechas algo de tiempo libre? ¿Cuántas horas dormirá cada día? ¿Quiénes como él, anónimos y diligentes, andan hoy entre nosotros?

Frank es profesor del Instituto Politécnico de Informática (IPI) XI Festival y, además, delegado de la Circunscripción 129 del Consejo Popular 1, en el centro mismo de esta pequeña comarca. Entre las cosas que más me llamaron la atención de nuestro fugaz intercambio fue su confesión, determinada.

“Yo pensaba que conocía a mi demarcación, pero la Covid-19 me enseñó que me faltaba mucho más. Hemos llegado hasta las familias como nunca antes, al detalle en todo sentido. Esa es la base real de la sociedad”.

Lo escuché en silencio y aquello fue casi un monólogo. Me relató de la abuelita que se escapaba del control porque no soportaba estar sola en la casa y era, nada menos, que la madre de la doctora de la cuadra. Y cómo la joven galena se avergonzaba y la regañaba como a una niña. La abuelita hacía silencio y, cuando todos se iban, volvía a escaparse, tras otra cola.

Tuvieron que poner, desde el equipo de trabajo, a una persona solo para vigilar la puerta de la casa de la anciana y, a pesar de eso, más de un anécdota afloró de nuevas travesuras.

También supe del trabajo enorme de las pesquisas, “en eso hay que ser un poco quisquilloso”, me decía, y de cómo antes fue preciso identificar a cada vulnerable y ponerle un gestor social que le llevara todo hasta la casa. “Eso también dio tela por donde cortar porque hay tantas experiencias como personas en esta vida. Las historias son interminables”.

Cada vez miraba con más insistencia la hora precisa que marcaba el reloj y, casi cuando se alejaba ese día, me dijo: “No hay que cansarse periodista y tampoco tener miedo. Este país nunca nos ha dado la espalda y en los momentos más duros hemos demostrado con trabajo que los jóvenes estamos aquí, sin fanfarrias, por eso somos continuidad”.

 

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