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La Habana.- Aunque no dicha exactamente con esas palabras, lo enunciado en el título es una de las tesis defendidas por el más reciente informe del Fondo de Población de Naciones Unidas (UNFPA), presentado a mediados de abril, y donde la llamada “ansiedad demográfica” ocupa consideraciones de expertos y autoridades varias.

“Si queremos forjar sociedades prósperas e inclusivas, independientemente del tamaño de la población, necesitamos un cambio radical de mentalidad en lo que respecta a nuestra forma de hablar sobre los cambios poblacionales y hacer planes en torno a ellos”, subrayó la doctora Natalia Kanem, directora ejecutiva del UNFPA.

Sucede que se despliega un abanico de ansiedades a nivel mundial  sobre las tasas de fecundidad, que si aumentarlas, que si reducirlas… que si el planeta ya queda desbordado con los más de ocho mil millones de personas que lo habitan desde noviembre del año pasado…

Hasta han pretendido culpar del cambio climático a un supuesto exceso de fecundidad, cuando, a ciencia cierta, más de la mitad de ese conglomerado humano (unos cinco mil 500 millones de habitantes) gana diariamente solo unos 10 dólares, por lo que resulta imposible responsabilizarlos con el aumento de las emisiones de dióxido de carbono o de los gases de efecto invernadero.

Es así que existe la intención de ampliar y ajustar a la realidad el concepto de población que hoy se maneja buscando potenciar lo que se ha llamado la resiliencia demográfica y que según UNFPA, implica que los sistemas sociales y económicos permanezcan en sintonía con lo que la gente necesita y quiere para progresar; ello, de cara a un porvenir “más próspero y equitativo”.

Así apunta la panameña doctora Kanem, primera latinoamericana en dirigir UNFPA, en la presentación del Informe, y al hablar de equidad se enfoca, sobre todo, en la igualdad de género: “Vemos una y otra vez cómo las tasas de natalidad se consideran un problema (y también una solución) sin apenas tener en cuenta la capacidad de acción de quienes dan a luz”.

Sucede que aun cuando la salud sexual y reproductiva y la igualdad de género constituyen puntales decisivos en los temas demográficos, no son pocas las mujeres a quienes aún se les niega el derecho a una autonomía corporal impidiéndoles decidir libremente cuándo y cuántos hijos tener.

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Resulta una paradoja, porque, como refería la directora del UNFPA, aunque en la actualidad, el cambio climático, las pandemias, los conflictos, los desplazamientos en masa, la incertidumbre económica y otras cuestiones similares dan más fuerza a las preocupaciones acerca de la superpoblación y la despoblación, “la reproducción humana no es ni el problema ni la solución”.

Cada vez va resultando más habitual que si en una región u otra geografía ocurre una desviación de las tasas de fecundidad por encima del 2,1 abunden pronósticos apuntando a una superpoblación que amenaza con estar a la vuelta de la esquina. Y si la desviación es “a la baja”, entonces los vaticinios hablan de galopantes encanecimientos y despoblación.

A tales excesos se agrega la peor de las equivocaciones: suponer que la solución a uno u otro descalabro podría estar en los vientres femeninos, cuando, en realidad, son otros los caminos, y esos enrumban, entre otras metas, a potenciar una producción y un consumo sostenibles, garantizar acceso equitativo a la educación, al empleo, a los servicios de salud, a todo lo que cada vez haga más digna la vida humana.

Y siempre recordando, como sentenciaba Natalia Kanem, que “El cuerpo de las mujeres no puede quedar supeditado a los objetivos demográficos”.

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