• A propósito de celebrarse el Día de la Mujer Rural, 26 exhorta a repudiar cualquier estereotipo que limite la impronta femenina dentro y fuera de los campos tuneros
Las Tunas.- "Esa guajira bruta solo se entiende con las bestias. Tiene un genio que no cree en el que se le atraviese por la guardarraya. A caballo es un bólido… Prefiere cuidar los sembrados de frijol ella solita, pa' no tener que conversar. Y es que la pobre es un arado, de milagro sabe llevar las cuentas…".
Las palabras se esparcieron ruidosas por una pequeña finca en suelo manatiense; el impacto fue una mueca amarga que puso sobre aviso que aquella ensarta de "halagos" se servían una y otra vez sobre la misma mesa.
Más bajito, al calor de la cotidianidad y tras el lente de quienes miran desde lejos, las mujeres rurales son pintadas a conveniencia con arquetipos y microviolencias, sin que a plenitud se pueda deslindar dónde empiezan los estragos del dominio patriarcal y dónde las malintencionadas nociones que la sociedad va adjudicándole a aquella que puede, quiere o no tiene más remedio que vivir de la tierra. Por solo referirme a ese segmento, sin dudas el más vilipendiado, dentro de un concepto que es mucho mayor.
Desde bien pequeñas empiezan los adoctrinamientos: "¿Para qué vas a estudiar si al final tienes que venir a cuidar los animales?; ¿qué salsa andas buscando allá afuera?". Muchas abuelas y tías cayeron en ese saco, para que luego fueran tildadas de brutas por no entender de leyes y decretos cuando no se les reservó otro espacio que detrás del fogón. Todavía hay quien no rompe esas cadenas.
Por el contrario, los campos se adornan ahora con más fuerza de las empoderadas: presidentas de cooperativas, dueñas de extensiones de tierra, trabajadoras por cuenta propia. No le han pedido permiso a nadie para abrirse paso en un universo plagado de machismo donde te tildan de débil sin derecho a réplica, pero también te cuestionan tu fortaleza si osas demostrarla.
Incluso, entre nosotras mismas tenemos enraizada la concepción de que la que labora en el surco, cuida rebaños, ordeña sus vacas… es tosca, de pocas luces, descuidada, hecha solo para ese mundo. Y seguimos reproduciendo estos absurdos prejuicios en el espacio familiar, en ambientes laborales, incluso, en los medios de comunicación, que de vez en vez colocan hasta en espacios televisivos la visión más arcaica y limitada de la campesina.
Hay otros cuestionamientos más taimados e igual de ofensivos: "Fulana siempre anda en pantalón y botas altas, nunca se pone vestidos ni tacones, no se pinta las uñas...". Como si todas fuéramos iguales y viviéramos en función de caber en los estándares culturales de cómo lucir atractiva. ¡Qué absurdo!, lo mismo encuentras hoy un pelo con balayage monte adentro que a una muchacha con 6 centímetros de raíz en La Habana, porque no tiene dinero para el retoque.
La cuestión no está en las apariencias o en ser más o menos presumida, se trata de defender las peculiaridades individuales, qué hace feliz a la persona. Lo más importante, se impone romper de una vez viejos mitos que rondan a la mujer rural y que no la definen, porque ella es más grande que un estereotipo, fortalecida con los retos actuales que no pueden ser más retadores: inflación, escasez de recursos, falta de electricidad…
Duele que cuando una productora va al banco a solicitar un crédito le pregunten si las tierras son suyas o del esposo; molesta que, aunque ella sea la líder, el conuco esté a nombre del hombre de la casa; ofende que ella desafíe al alba alimentando los animales y cuando los venden, el dinero queda resguardado en la billetera del marido. Esas también son microviolencias que nacieron de las falsas nociones de qué quiere o necesita una mujer en esos escenarios campestres.
Está la otra, que no es una "guajira bruta", sino "un pan" que ha gastado toda la vida cocinando para un batallón cuando es tiempo de cosecha, atendiendo a cuanto trabajador pase por la finca, cargando con agua y meriendas a toda hora, pero no tiene un peso propio, porque ella no "trabaja", solo es ama de casa, ¡qué bonito!
Ojalá aprendamos a verlas como realmente son, más allá de las uñas largas, la queratina o las botas de trabajo. Se están abriendo paso en un contexto que desde pequeñas les pintaron como ajeno, de hombres, y lo están haciendo con tanto sudor, con tanta fuerza…, que es un orgullo verlas crecer.