videojuegos

Las Tunas.- Sacar a pasear a los niños en estas vacaciones, la mayoría del tiempo se torna un reto complicado y costoso. Llevaba varios días armándome un plan para compartir con mi hijo, que dejara fuera la intensidad del sol, el codo a codo del transporte urbano y que de paso conjugara con los depósitos monetarios de mi cartera, de actualización mensual. Entonces el recuerdo de la sala de juegos me animó a planear una visita inminente.

El pasado viernes concretamos la salida. Llegamos un poco después de las 10:00 de la mañana. Puertas adentro había solo unos adolescentes instalados en las cuatro computadoras y absortos en sus juegos de combate. El encargado, por parte del Joven Club de Computación y Electrónica Tunas 2, nos recibió con cortesía y ante el pedido de una tableta para alquilar puntualizó que ahora la oferta es de teléfonos inteligentes a 2.00 pesos la hora.

Para mi pequeño, tableta o celular no marca demasiada diferencia, así que ipso facto agarró el dispositivo y empezó a escudriñar todo el contenido, ávido de encontrar juegos nuevos, y debo decir que no anduvo con mucha suerte, pero igual pasó más de una hora imbuido en los encantos de la era digital.

En todo ese tiempo estuve dándole vueltas en mi cabeza al lugar que yo había visitado antes, en varias ocasiones, y que ahora no parecía el mismo escenario. Me acomodé en una especie de sillones ataviados con cojines de varios colores y tuve que cambiar tres veces de lugar porque estaban empapados.

En busca de los indicios de agua reparé en las paredes mojadas, decorados incluidos, víctimas de las filtraciones, quizás a causa de la lluvia de los últimos días. En algunas esquinas todavía perduraban pequeños charcos y los bajos de las cortinas estaban visiblemente húmedos y además, sucios.

Evoqué la inauguración de la sala de juegos, justamente dos años antes, para el 26 de Julio y me vino a la mente que apenas traspasé el umbral quedé encantada con el sitio, confortable, moderno, a la altura de las exigencias de infantes y jóvenes. La imagen disminuida de ahora, con el intenso olor a moho o humedad me hizo cuestionarme el gasto de recursos que a zancadas se va al traste a la vista de todos…

Las banquetas donde se sientan los usuarios de las computadoras, generalmente adolescentes y jóvenes, muestran algunas patas torcidas, de hecho, vi a un muchacho emocionado con la pantalla estamparse contra el piso y a la velocidad del rayo recoger el asiento defectuoso, acomodarlo un poco y seguir en sus rutinas de combate.

La consola grande, que brinda una agradable climatización a la sala, exhibe una parte de su estructura plástica rasgada y colgando… En fin, que en solo dos años se deshabilitaron no solo más de 20 tabletas, sino que la instalación en general pide a gritos una revisión completa. Y me pregunto, en la etapa de cuarentena, ideal para mantenimientos generales, cómo a nadie le vino a la mente la sala de juegos.

A tono con el ambiente, la cafetería del lugar estuvo cerrada hasta después del mediodía. No solo no hubo ofertas, tampoco ninguna persona detrás del mostrador. Escuché a una señora quejarse de la falta de bebidas, en un sitio que debería ser priorizado, y formuló la conclusión de que “todo se debe a que la sala es estatal, y no hay sentido de pertenencia ni el imperativo de la rentabilidad; si fuera particular, otro gallo cantaría”…

Ciertamente, la señora sabía de lo que hablaba y tuve que coincidir con sus observaciones. En mis visitas anteriores, de la mano de mi peque, no buscamos solo la disponibilidad de dispositivos electrónicos, que en casa también tenemos, sino el ambiente agradable, heterogéneo, que propicie la interacción entre los niños de disímiles caracteres. No abundan en Las Tunas lugares así, la sala de juegos es un proyecto para cuidar.

Rayando el mediodía nos despedimos de los videojuegos, pero las evocaciones perduraron todo el camino a casa. Recordé que escribí una reseña sobre la inauguración de la sala de juegos, dos años antes, invitando a las familias tuneras. Ojalá estas líneas sirvan de recordatorio sobre la necesidad de mantener vivo el lugar, y dispuesto a las exigencias del público tan peculiar que adorna sus contornos.

 

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