Las Tunas.- En la actualidad, el cliché que rodea a las relaciones a distancia es un reflejo de las inseguridades y expectativas de una generación que ha crecido en un mundo hiperconectado, pero emocionalmente frágil. A través de entrevistas realizadas a jóvenes de las provincias de Camagüey y Las Tunas, colegas del gremio periodístico y algunos estudiantes extranjeros, de entre 20 y 28 años de edad, se revela la percepción de que estas relaciones son condenadas al fracaso, lo que se basa en una falta de madurez emocional y en los cánones sociales que dictan que el amor debe ser tangible, físico y constante.
Tomemos como ejemplo el caso de un joven universitario que debe viajar a otra provincia para continuar sus estudios, dejando atrás a su pareja. Según la mayoría de los criterios populares, esa relación debería estar destinada a desvanecerse. Sin embargo, el 47 por ciento de los entrevistados sostuvieron lo contrario. Es interesante escuchar una opinión diferente a la mayoría, como es el caso de la siguiente: "Esta relación puede ser tan duradera y fuerte como cualquier otra, siempre y cuando los ideales, principios y propósitos sean claros". Esa afirmación replantea la noción del amor en tiempos donde la distancia física se convierte más en un obstáculo que en un puente.
El problema no radica únicamente en la separación geográfica, sino en una cultura que minimiza la profundidad del compromiso emocional. En un entorno donde predominan términos despectivos como "come y vete", las conexiones genuinas son desestimadas. La superficialidad ha desplazado lo sempiterno; el deseo inmediato eclipsa el valor del esfuerzo por mantener una relación significativa. La realidad es que los pequeños gestos -una llamada inesperada, un mensaje sincero o simplemente un timbre para recordarle a la otra persona que le importas- han sido relegados a un segundo plano.
La incapacidad de nuestra generación para ser racionales en el amor es alarmante. Nos encontramos atrapados en un juego de apariencias, donde responder un mensaje puede convertirse en una estrategia para no parecer demasiado interesados. Este miedo a la intensidad nos lleva a vivir relaciones mediocres y efímeras, cuando la vida es demasiado corta para andar a medias. La intensidad del amor debería ser celebrada, no temida.
Es fundamental fomentar una cultura que valore el compromiso emocional por encima de las expectativas superficiales y los estándares impuestos. Las relaciones a distancia pueden ofrecer oportunidades únicas para crecer individualmente y fortalecer los lazos afectivos si ambas partes están dispuestas a invertir tiempo y esfuerzo. Me quedo con la siguiente frase: "La distancia no es el problema. Somos los seres humanos que no sabemos amar sin tocar, sin ver o sin escuchar. Y el amor se siente con el corazón, no con el cuerpo".
En lugar de sucumbir ante el cliché del fracaso inevitable, es momento de desafiar estas narrativas y reconocer que el amor verdadero puede florecer, incluso, a kilómetros de distancia.