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Las Tunas.- Faltan 15 minutos para las 8:00 am y el camino a la escuela se vuelve un recordatorio: "Atiende a la pizarra, no te distraigas con Reinier, tienes que tomar mucha agua e ir al baño, dile a la seño que te ayude con el cinto, no converses…". A las puertas del seminternado estampa un beso ruidoso en una porción de pelo de su hijo, le pone la lonchera en las manos y lo ve perderse en el largo y ahora negado pasillo.

Se queda ahí suspendida unos minutos y la expresión en su rostro traspasa la intimidad de la mascarilla. Unos meses atrás se colaría hasta la formación y esperaría una oportunidad para conversar con la maestra e indagar cómo va el niño en el aula, si participa en las clases o si ya resolvió la rivalidad con el otro "recalcitrante" que a veces lo hace llorar. Es que su pionero solo tiene 6 años, no siempre cuenta lo sucedido en la jornada, y ella necesita saber.
Al mediodía, cuando la docente le devuelve al pequeño en la puerta del centro, ella realiza las preguntas más pertinentes, pero el sol castiga demasiado para escudriñar en detalles y otras voces también reclaman la atención de la educadora. Vuelve a su casa no del todo satisfecha y suscita por lo bajo "cuando se acabará este endiablado virus que lo ha torcido todo".
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Las nuevas rutinas en las instituciones educacionales han inyectado considerables niveles de expectación a la mayoría de los padres y estudiantes. La Covid-19 y su halo de fatalidad han trastocado a su paso los comportamientos más cotidianos. Hemos tenido que adaptarnos a la realidad actual por instinto de supervivencia. No quedan otras alternativas y estos vitales cambios, que aportan estrés al proceso, requieren en mayor cuantía del respaldo familiar.
En la escuela, hoy, lo único novedoso no son las medidas sanitarias: la desinfección de las manos a la entrada, los pasos podálicos, la prohibición de personal no necesario, el uso de distintos nasobucos cada tres horas, el distanciamiento… también tiene lugar un aprendizaje de nuevos hábitos que niegan lo pactado hasta el momento en el imaginario de la diversión infantil de andar cabeza con cabeza, retozar con los amigos y llevar de la mano a las niñas en desbordados actos de incipiente caballerosidad.
Desde el pasado mes de marzo la metamorfosis encontró disímiles significados en nuestro contexto más cercano. Las teleclases se convirtieron en el medio esencial de instrucción, y la vuelta a los pupitres para cerrar años lectivos está condicionada por el aprovechamiento individual de cada materia. No obstante, en muchos grupos hay quienes se adjudicaron vacaciones adelantadas y ahora cargan con atrasos considerables.
Ahora más que nunca el proceso docente educativo reserva una parte importante al espacio familiar. Los niños que cursan el primer grado, por ejemplo, requieren un fogueo de lectura en casa, de cálculos aritméticos, de las tablas de multiplicación que anunciaron los teleprofesores. No se puede pensar que la sesión de la mañana va a ser suficiente para consolidar la base cognitiva que acompañará a los pequeños en el resto de las enseñanzas.
Igual sucede con otros años y niveles educativos. Se impone que los padres, abuelos, tíos, o cualquiera que sea designado a apoyar a los estudiantes con los deberes escolares extremen la dedicación y la exigencia. En esta etapa peculiar más que aprobar las asignaturas, el compromiso sigue siendo el de aprender; luego habrá tiempo para rutinas más divertidas.
Cada centro debe ser creativo en el empleo de mecanismos para que los familiares interactúen con los maestros y sepan con certeza en qué pueden o necesitan ayudar a sus retoños. No podemos permitir el divorcio entre la escuela y la casa, a pesar de las actuales condiciones sanitarias, pues sus consecuencias tendrían a mi modo de juzgar perjuicios incalculables.
Este período de pruebas finales por sui generis no deja de ser importante. Aboguemos juntos por la calidad de los contenidos docentes, sin atropellamientos, ni omisiones, y correspondamos con el necesario complemento en los hogares, una fórmula a prueba de cualquier eventualidad, incluso epidemiológica.

 

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