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Las Tunas se ganó la sede del Acto Nacional por el Día Mundial de la Mujer Rural. Tres voces, desde sus historias, hablan aquí de comprender el valor de la presencia femenina en el campo y la necesidad de eliminar cualquier obstáculo que impida su desarrollo en universos tales como oportunidades de trabajo, remuneración, acceso a recursos y mercado…

Las Tunas.- Como si un “barredor de tristezas” hubiera tomado el mando, así luce la sede central de la cooperativa de producción agropecuaria (CPA) 26 de Julio, en el Kilómetro 15, en “Amancio”. Todo orden y limpieza. Enseguida supimos, Marilinda Montero Suárez era la culpable principal de aquella vista.

Mujer rural Marilinda

Ella no tiene que decirlo, pero lo explica, no quiere dudas: “Aquí mantengo la belleza”. Y abunda: “Limpio las oficinas, hago almuerzo para unas siete personas, trabajo mucho, pero me siento bien en este lugar. Me gusta tenerlo bonito -reafirma. Llevo alrededor de cuatro años. Vivo en una finca de la CPA, allí mi esposo atiende la cochiquera”.

Marilinda pasó más de media vida siendo ama de casa, eso mismo que hoy realiza en la unidad agrícola lo ha hecho cada día para su familia, con la diferencia de que nunca percibió salario por ello. Gobierna a su antojo en aquella cocina, con fogón de leña y otro eléctrico, y un piso que “si le paso ceniza queda como nuevo”. Sirve café en tacitas impecables y un sabor que de tan bueno te sabe a poco.

“Todos valoran mi labor, ven que yo me esfuerzo para que las tareas queden bien. Desde que llegué, he experimentado un cambio total, siento que en este sitio tengo lo que necesito. Es mejor trabajar en una ubicación, que estar en la casa sentada sin hacer nada. Se me presenta un contratiempo y la cooperativa me apoya. Por ejemplo, tuve problemas con mi mamá, que la perdí, y me ayudaron bastante”, dice y no puede evitar que cierta tristeza se le pose en los ojos.

¿Por qué decidió dar ese paso?

“Para trabajar y ser alguien en la vida”.

Y cuando Marilinda dice “alguien”, no desdeña a la mujer que fue, sino que le gusta más la que es hoy.

SEMBRAR UNA POSTURA DE LIBERTAD

Zenaida Álvarez Arencibia y Odalis Villa Torres, en el huertoVarios metros y mucho fango más arriba de ese núcleo de la CPA, hallamos a Zenaida Álvarez Arencibia y Odalis Villa Torres, en el huerto. Agachadas, liberan áreas para sembrar tomate y regeneran canteros, pues la lluvia arrasó con las estructuras. Las camisas de mangas largas y los sombreros hablan de productoras que conocen sus enemigos, entre ellos, el sol sobre la piel y otros tantos como el fantasma patriarcal que les exige cumplir con las labores domésticas, sin importar cuán pesada haya estado la jornada entre las posturas.

Odalis sabe muy bien de esos rigores. Lleva allí nueve meses, pero la vida entera en la agricultura. A los 16 años de edad dejó los estudios y ella sola se convenció de que había que aportar al hogar. Desde entonces lo mismo ha sembrado, desyerbado, chapeado que deshojado plátano..., como si el miedo no le habitara; y claro que lo ha sentido, aunque nunca, nunca se lo ha tenido al trabajo.

Quizás desde niña ya estaba la suerte echada cuando entre siete hermanos, era ella la que no se le despegaba al papá, y le ayudaba a plantar, cuidar los animales. “Me encantaba montar a caballo, esa sensación de libertad… muy especial”. Pasó, incluso, el Servicio Militar Voluntario Femenino, pero aquella hija del monte no le podía gustar ese andar entre órdenes y mandos. Cómo se le ocurrió.

“Me casé, tuve mi primer hijo y de ahí seguí en mis faenas, a veces hasta me llevaba el niño conmigo…Vino el divorcio y al cabo del tiempo me volví a casar, tuve otro hijo, ya llevo 28 años de matrimonio y sigo luchando. Jamás he dejado de intentarlo, tratando de tener mi dinero, de ser independiente, no me gusta estar atada.

“En este huerto me siento contenta, me propusieron un cambio, porque en el que estaba no ganaba bien, y mi hijo mayor, ordeñador en esta misma cooperativa, ya tiene su familia; sin embargo, el más pequeño estudia en la Universidad para ser maestro de Física, y tengo que comprárselo todo y apoyarlo para que se gradúe”.

Mujer Rural Odalis

En sus retoños y en tantos otros motivos piensa para acopiar fuerzas y, aun cuando vive algo alejada de allí, cumplir con la doble jornada en su empleo y la casa, siempre la casa… El optimismo termina ganándole al agotamiento. “Aquí vivo dando ideas, y trato de que estemos contentas, dispuestas, me gusta que haya sonrisas, yo soy más relajada -dice y su risa se apodera de todo. Hay que tener mente positiva, eso yo le digo a Zenaida. No podemos dejarnos vencer. Seguir tirando pa´lante hasta ver qué pasa”.

Falta que hace que ese terreno de casi una hectárea prospere al máximo. Constituye una base alimentaria valiosa, tanto para los cooperativistas y sus familiares, como para la comunidad, además de otra vía capaz de aumentar los ingresos económicos de la “26 de Julio”. En la actualidad, en ese espacio, además de hortalizas y vegetales, cuidan, en una esquina, a la sombra, posturas de frutales y plantas ornamentales, embriones de otros empeños en camino.

LA PERSISTENCIA ES LO ÚLTIMO QUE SE PIERDE

Alguna vez Zenaida hizo, gustosa, lo que Marilinda, hasta que el presidente de la CPA, Jorge Enrique Ledesma Orama, le pidió que tomara las riendas del huerto, pues no acababa de "cuajar". Ella aceptó, y ha pasado las verdes y las maduras tratando de darle cuerpo a ese sueño, pero no hay quién la desmovilice. Odalis es hoy su aliada, junto a un jubilado que colabora.

Mujer rural Zenaida

Esta mujer que ya pasa de los 50 años suma más de dos décadas viviendo en fincas dentro de cooperativas, hoy reside en la número 3 de esta forma productiva amanciera. Y mira que ha entregado de sí por doquier, sin embargo, es la primera vez que está de frente a la producción y recibe un capital por ello. “Yo quería trabajar y en eso mi esposo me respaldaba, pero no me daban la oportunidad, el machismo anda por cualquier lado. Lo mío era el hogar, y ayudaba a mi marido en todo lo que tenía que hacer, limpiar las siembras de yuca y hasta pastorear las vacas”.

El intento inicial de salir de ese círculo fue cuando empezó a hacer guardia por las noches. El contrato era de su pareja, 4.00 pesos por jornada, pero ella iba en su lugar para tener algo propio y no perder esa entrada, porque dos estudiantes universitarios esperaban continuar con su carrera. “Mi hijo  Antonio se hizo ingeniero mecánico; y Damaris, licenciada en Farmacia”.

Mujer rural 2

Puertas cerradas han sobrado, pero las abiertas han resultado determinantes: “Cuando Jorge Enrique habló conmigo, dijo que me escogía por mi responsabilidad y el amor que le pongo a las tareas. Y echamos a andar ese plan con mucho sacrificio”.

Sí que ha costado sacrificios, entre ellos, que tuviera que dejar (momentáneamente) su casa de mampostería en el Kilómetro 17, para irse a una mucho menos confortable, ubicada muy cerquita de las parcelas a las que dedica sus energías. Paredes de madera y un piso de tierra no se interpusieron en un ideal: “Yo soy cooperativista, no me caso con una función, hay que hacer lo que se necesite. Y aquí estoy”.

El presidente, viejo en estas lides, no falló en su olfato. Quizás, la mayor certeza la tuvo cuando en un encuentro de coordinación con la junta directiva y otros miembros, a la que se incorporaron representantes del proyecto Apoyo a la Intercooperación Agropecuaria (Apocoop) y Oxfam, luego de analizar algunos pormenores, una de las visitantes preguntó por las mujeres, cómo se les podía beneficiar para que tuvieran más confort en sus puestos, y Zenaida, la única fémina presente entre el auditorio, plantó bandera.

“No dejé hablar a nadie y dije: '¡Yo, la primera, yo la primera, un sistema de riego para el huerto!'. Mis compañeros se asombraron, pero no dijeron nada. Oiga, periodista, que con una regadera o un cubo y una lata es muy agotador, y ya ni Odalis ni yo somos unas jovencitas. Nosotras lo hacemos todo, hasta montarnos en un tractor, e ir con pala y azadón a recoger la materia orgánica, traerla, depositarla y regarla”.

 

En aquella cita, sin mucho preámbulo, sus colegas pasaron del asombro a la empatía y allí mismo, en colectivo, le construyeron una lista perfecta de surtidos. Ahora Zenaida está esperando esos recursos como cosa buena, incluido el sistema de riego solo para sus sembrados, aunque pronto debe quedar montado el que Apocoop entregó a la “26 de Julio”, y que se espera también beneficie en algún porciento a ese ya entrañable pedazo de tierra. Parte de lo mejor: el jarrito y la cubeta de hoy serán historia antigua.

Quienes pasan por aquellos lares han visto crecer variedades como habichuela, cebollino, ajo puerro, ají chai, maní, ajonjolí, tomate, frijol caupí y pepino. Estos tres últimos son los que mejores dividendos económicos han reportado. Sí, porque en eso tiene que pensar esta emprendedora resiliente, en hacer gestión y estrategia de venta, por ello, si en el punto de la CPA no salen los productos, celular en mano comienza a llamar a posibles compradores hasta que no quede ni uno.

Se le escucha hablar tan segura, nada que ver con aquella persona que, quizás, de tanto pensarlo, se le volvió quimera lo que nadie debió negarle. “Siento que soy más fuerte, más independiente, que he aprendido a valorarme más a mí misma, que todos los días tengo un reto nuevo, porque soy persistente. Echo un semillero y si se me muere, vuelvo a sembrarlo. Mi esposo me impulsa y mi hijo, económico de la cooperativa, me da consejos: 'Mami, lleva una estadística de lo que vendes'.

“¿Con qué sueño? Sacar adelante este huerto. Que sea provechoso, porque nosotros trabajamos bastante, resultados aún no tenemos los que esperamos o queremos, pero no es porque dejemos de persistir. Así seguiremos”.

Y quién se atreve a asegurar que no lo lograrán.

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