Foto: Rey López

Las Tunas.- Primero fue el dolor muscular, el cansancio en el cuerpo que achacó a la intensa jornada, y luego la fiebre le trajo la preocupación. No lo pensó dos veces para ponerse el nasobuco dentro de las paredes de su hogar y adoptar las medidas de bioseguridad.

Más tarde, un test de antígeno le revolvió los temores, pero se aferró a la esperanza de que, finalmente, no pasaría de un susto.

Aquella noche terminó en un centro de aislamiento, donde le tomaron la muestra de PCR y le aplicaron la primera dosis de Interferón.
La noticia de que era positiva le llegó un domingo y entonces sí, el SARS-CoV-2 ya era un hecho que debía afrontar. En casa, el hijo de 13 años de edad y los padres adultos mayores fueron su principal desvelo, y también sus compañeros de labor. Tras el diagnóstico, la familia fue aislada y sometida a los exámenes para determinar si tenían la enfermedad.

“Cuando supe que mi niño era positivo me deprimí muchísimo, porque, además de lo que implica la Covid-19, no podía estar junto a él; mi madre asumió esa responsabilidad. Nunca se sintió ningún malestar, solo la pérdida del olfato días posteriores al diagnóstico”, cuenta con lágrimas en sus ojos Yuanet Ávila Pavón.

“Es una experiencia muy difícil, que cuesta superar; incluso, ya en mi hogar pasé dos noches apenas sin dormir. Recibí un gran apoyo de la comunidad; cuando llegué todo brillaba y me garantizaron la alimentación hasta que acudió alguien de mi familia, porque fueron varios días sola en la casa, ya estaba negativa, pero ellos seguían aislados. Mis compañeros de trabajo me llamaban y me daban mucho ánimo”.

Cuenta que en la provincia de Holguín recibió las mejores atenciones por parte de profesionales, jóvenes en su mayoría. “Allí no sentí ningún rechazo, al contrario, siempre nos transmitían mucha energía positiva y estuvieron pendientes de que cumpliéramos las medidas”.

Sin embargo, estar en ese lugar fue lo más duro: no solo se encontraba lejos, sin poder acompañar a los suyos, sino que el miedo, ese terrible de una madre por su hijo, la consumía.

Ahora, tras la “tormenta” solo tiene palabras de agradecimiento al Sistema de Salud Pública. Su hijo Anthony poco a poco recupera la confianza y ya juega en el portal, algo que el miedo le impedía al principio; por eso lo llevaba lejos y lo dejaba correr a su antojo en los primeros días, cuando por fin pudieron salir a la calle. 

Es un adolescente y, después de la experiencia, quedó con mucho susto; y Yuanet atendió especialmente las sugerencias de los doctores para también recuperar la calma, la confianza, esa parte tan importante que no imaginas que te va a pegar tan duro luego de un positivo al nuevo coronavirus.

Aunque, finalmente, ellos dos fueron los únicos contagiados, la desesperación y el temor lo vivió toda la familia; porque eso es la Covid-19, una enfermedad que multiplica el dolor, aun sin padecerla en carne propia.

La escuchamos en silencio mientras, más que contar, desahoga la rabia, la incertidumbre y todo lo que queda después de una experiencia, por terrible, completamente inolvidable. Los ojos se le mantienen llorosos y se perciben tan honestos como cada una de sus palabras.

La madre de Yuanet dice que ya no le gusta poner el televisor para ver al doctor Durán, tantos números la aterran. Ahora, aunque se cuidan más, los sobresaltos no les abandonan. Y eso que, poco a poco, la vida va tomando su cauce.

Yuanet no sabe exactamente dónde se contagió por más que busque y rebusque en su cabeza; pudo pasar en muchos lugares, porque ella es la que normalmente sale de la vivienda, lo mismo a trabajar, que a hacer colas para comprar lo preciso para seguir adelante. Todos a su alrededor son vulnerables.

Por estas tierras, hoy, andan muchos, como ellos; viven los ecos de una dolencia que no se les va del todo, porque trastoca la vida y mantiene cifras que, en Las Tunas, resuenan alarmantes. Su consejo, ¡ay! en la despedida, fue como un reclamo: “Cuídense mucho, para que no pasen por esto, es terrible”.

 

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